Un Nobel con uniforme de guerra

Cuando el Comité del Nobel decidió entregar el Nobel de la Paz a María Corina Machado, opto por llamar “paz” a lo que, en el Sur, conocemos como intervención y tutela. Se lo entregó a una persona que por años se ha puesto a disposición de una potencia extranjera para promover un golpe de Estado en su propio país. Alguien que ha llegado a pedir, incluso en foros internacionales, una intervención militar extranjera al Estado Genocida de Israel, y que, en plena devastación de Gaza, defiende a la entidad sionista con la gramática de la “autodefensa”.

Daniel Jadue. Arquitecto, Sociólogo. Santiago. 11/10/2025. Cuando el Comité del Nobel decidió entregar el Nobel de la Paz a María Corina Machado, opto por llamar “paz” a lo que, en el Sur, conocemos como intervención y tutela. Se lo entregó a una persona que por años se ha puesto a disposición de una potencia extranjera para promover un golpe de Estado en su propio país. Alguien que ha llegado a pedir, incluso en foros internacionales, una intervención militar extranjera al Estado Genocida de Israel, y que, en plena devastación de Gaza, defiende a la entidad sionista con la gramática de la “autodefensa”.

Al mismo tiempo, desestimo a Greta Thunberg, una que desde muy temprana edad muestra más conciencia que la mayoría de los líderes de lo que se conoce como Occidente, una joven que a diferencia de Machado, ha exigido alto el fuego y fin del genocidio. Y aunque en esta decisión, el Comité ha actuado como un elenco propio del teatro del absurdo, hay que reconocer que la decisión es mucho más que un error de casting: es una declaración profundamente política que termina por sepultar el ya discutible prestigio de un premio que ha ido transformándose en instrumento simbólico del capital global. El Nobel actúa como lo que es: un aparato de hegemonía atlántica que convierte el orden imperial en virtud moral.

No es la primera vez. Antes coronaron a Kissinger sobre los cráteres de Indochina y sobre las víctimas de las dictaduras militares que impuso en nuestramerica, y a Obama antes de los drones y su infame intento por reeditar la intervención estadounidense en América Latina. El patrón es consistente: premiar la “paz” que administra la barbarie, no la que la enfrenta. Gramsci lo explicaba sin adornos: la hegemonía no manda solo con bayonetas; manda con relatos. Y aquí el relato es transparente: la “democracia” es aquello que puede ser garantizado por sanciones, bloqueo y amenaza militar; la “paz” es la seguridad de los mercados y del capital transnacional, no el derecho de los pueblos a la autodeterminación y a vivir sin asedios.

Machado, que ha invocado TIAR, “coaliciones”, sanciones “inteligentes” y toda la parafernalia de la coerción externa, para obtener un gobierno que nunca obtendrá en las urnas, encarna esa paz con uniforme. Fanon dejó escrito el antídoto: la “misión civilizadora” no trae libertad; trae subordinación. Premiar ese libreto en América Latina es normalizar la tutela sobre el continente bajo el eufemismo humanitario. Que además haya aplaudido a Israel mientras la CIJ dictaba medidas por riesgo plausible de genocidio lo vuelve obsceno: se santifica la paz que excusa el asedio, y se silencia a quien pide embargo de armas y corredores humanitarios.

La comparación con Greta solo agudiza la fotografía: de un lado, una activista que denuncia las guerras y el colapso climático, dos causas del hambre y el desplazamiento masivo; del otro, una subordinada del imperialismo que pide fuerza exterior y respalda a un Estado que pulveriza hospitales, escuelas y campamentos. Si el Nobel tuvo que elegir, eligió contra la paz. Marx y Engels ya habían dado la clave: “El derecho no es sino la voluntad de la clase dominante erigida en ley”. Aquí, la “paz” es la voluntad de las potencias erigida en ceremonia.

Que nadie se engañe: el premio no es solo un gesto simbólico, es capilaridad política. Fortalece la línea dura de las sanciones que matan de hambre a poblaciones, blanquea la intervención por encargo, y estigmatiza a quienes defienden alto el fuego, negociación y soberanía. Samir Amin llamó a esto imperialismo colectivo: un entramado de capitales, gobiernos y medios que reparte zonas de influencia y administran el derecho según convenga. Hoy, ese entramado se muerde la lengua para no pronunciar “Gaza” y se desvive en elogios a quien legitima la excepción como método.

“¿Y qué proponen ustedes?”, preguntará el coro del sentido común. Lo que la palabra paz debería haber significado siempre: alto el fuego inmediato donde hay asedios; embargo de armas a quienes violan el DIH; levantamiento de sanciones unilaterales e ilegales que castigan a pueblos; diálogo político sin pistola en la mesa; restitución de soberanía sin tutores. Y en casa: plebiscitar el uso de las Fuerzas Armadas en política exterior, prohibir la exportación de armas a conflictos activos, y desmontar el fetiche de la “intervención humanitaria” como solución exprés.

El Nobel optó. Nosotros también debemos optar. O confundimos paz con orden armado, o recuperamos su sentido plebeyo: pan, techo, derechos y autodeterminación. Rosa Luxemburg dejó la brújula: socialismo o barbarie. En esta edición, el Comité eligió barbarie con smoking. Toca construir, sin su bendición, la paz que no necesita marines ni lobbies para existir.

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