Con todo, sin el protagonismo y sacrificio de multitudes y millones, en Chile no se habría generado el plebiscito en que se impuso el NO.
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Juan Andrés Lagos. Integrante de la Comisión Política del Partido Comunista. Periodista. Santiago. 4/10/2025. El triunfo del NO, en el plebicisto que marcó el futuro de Chile, contiene pasajes que son parte, tal vez, de uno de los hechos más épicos de la historia social y política del país.
Para explicarlo se requiere, necesariamente, visualizar el contexto del período histórico más complejo de la nación chilena, como Estado nacional.
Chile vivió un golpe de Estado, en 1973, impulsado por los Estados Unidos, consorcios transnacionales que operaban en el país, la oligarquía criolla, la derecha política e importantes sectores al interior de la Democracia Cristiana.
Se puede debatir las causas y origen de lo que llevó al golpe, pero es imposible negar que ese golpe existió. Y luego se estableció en el país una dictadura que impuso el terror y el terrorismo, desde el Estado; una política económica que rápidamente generó una hiper concentración de las riquezas y de la economía nacional en manos privadas y grupos financieros emergentes; y una miseria social y económica que implicó hambruna, pobreza extrema, una cesantía que llegó a superar el treinta por ciento de la fuerza laboral medible, en condiciones de precariedad que nunca fue considerada como parte de esa desocupación.
Este proceso se realizó en pocos años.
A fines de la década de los 70, comienzos de los 80 del siglo pasado, especialmente por la presión mundial, y porque siempre en la dictadura civil-militar estuvo la idea concreta de la perpetuación, Pinochet impuso y convocó a un plebiscito, para instalar un texto constitucional que había sido redactado por un elitista grupos de personas, y siempre observado por él, y la Junta Militar.
Entre esas personas estaban el ex Presidente Jorge Alessandri, y Jaime Guzmán.
La Conferencia Episcopal de Chile, tal vez el único organismo con mayor posibilidad de generar una opinión pública, rechazó ese plebiscito, en forma y fondo.
Sin embargo, diversos sectores opositores, que se empezaban a vislumbrar como tales, lograron convocar a un acto en el Teatro Caupolicán, aceptado por la dictadura, en el cual cual su principal orador fue el expresidente de la República y del Senado, Eduardo Frei Montalva.
En ese evento participaron decenas de luchadores sociales que, desde la clandestinidad, desafiaron abiertamente la criminal represión existente. Pero también estuvieron presentes jóvenes derechistas que ya, en ese tiempo, expresaban cierto disenso con la idea de la perpetuación. Entre ellos, presente allí, Sebastián Piñera.
Frei Montalva, quien en una carta a un alto dirigente de la DC italiana había explicitado su distancia con el camino de la dictadura, en su discurso se manifestó totalmente contrario al plebiscito, y al texto de la nueva Constitución.
Los partidos de izquierda, sometidos a una persecución que incluía desapariciones y ejecuciones, también formularon mensajes clandestinos de rechazo.
En su discurso, Frei Montalva señaló que Pinochet buscaba imponer en Chile “la paz de los cementerios”; y planteó que el camino democrático para llegar a una nueva Constitución, era una “Asamblea Constituyente”. Propuesta que también comenzaba a dibujar el “Grupo de los 24”, una asociación de juristas y líderes políticos que ya en esos momentos bregaban por la defensa de los derechos humanos, y por una nueva Constitución Política.
El plebiscito se realizó. Pinochet se declaró triunfador. Asumió como jefe supremo del Estado. Y quedó instalada la Constitución Política que, estructuralmente, hasta hoy, sigue vigente en el país, con reformas y modificaciones concordadas en posteriores momentos a finales de los 80, y en la década de los 90.
Lo que ocurre en la década de los ochenta, posterior a ese plebiscito, es que en Chile se comienza a articular una resistencia social, política, religiosa, artística, de una magnitud creciente.
Con los partidos ilegalizados (incluida la DC), perseguidos, la DINA y la CNI posteriormente, en operaciones diarias de represión. Censura total y una hegemonía mediática que en aspectos sustantivos dura hasta hoy.
Aún así, las protestas, las marchas por el hambre, elecciones de hecho en universidades, colegios, territorios, formación de centros de alumnos, articulación de gremios como el de profesores y profesionales, mujeres, expresiones religiosas, elección y formación de sindicatos, peñas y espacios de arte, medios impresos y radios populares.
Chile comienza a generar una sinergia desde abajo, que se abre camino en corto tiempo histórico, y se desatan protestas nacionales de una magnitud de millones de personas en las calles, que desafiaban la represión, los disparos, las golpizas, los crímenes abiertamente.
En ese camino, la solidaridad de prácticamente todo el planeta se hace sentir. Del mismo modo, la defensa de los derechos humanos que poco después del golpe parte con mujeres y sus hijos que salen a las calles a exigir que les digan en dónde están sus familiares.
En ese proceso, las Iglesias son determinantes.
En esos años, tanto Tribunales como Cortes del Poder Judicial, negaron y rechazaron más de 30 mil recursos de amparo y protección.
Es en ese contexto, no en otro, que surgen en Chile diversas expresiones de autodefensa.
Las que, en corto tiempo, fueron creciendo en todo el país.
Y se hicieron parte del movimiento de protestas y disidencia, con participación de muchas personas que no militaban en ningún partido político opositor.
Los movimientos explícitamente pacifistas, como el Sebastián Acevedo, que lleva el nombre de un luchador social (padre de la actual diputada María Candelaria), quien ante la detención por la CNI de sus hijos, incluida ella, se prende fuego en el centro de Concepción. Y muere.
Los movimientos territoriales y en diversos centros estudiantiles, que recurren a las barricadas, a las hondas, y algún tipo de armas de bajo calibre, para enfrentar los disparos y represión de las fuerzas militares y policiales.
Los movimientos de estructura orgánica que, principalmente, realizaron operaciones de sabotaje y confrontación armada contra las fuerzas represivas.
Es tal la magnitud de estas manifestaciones, y la presión internacional (la dictadura fue condenada año a año en la Asamblea General de la ONU), que los gobiernos de los Estados Unidos de esa época, deciden intervenir más de lo que lo hacían, para evitar que en Chile se abriera paso un proceso de sublevación nacional, de rebeldía popular, de un camino que pudiera articular una salida democrática y nacional que superara las terribles huellas impuestas por el golpe en los planos económico, social y ético. Y que superara el diseño de perpetuación impuesto por la dictadura civil-militar, y el propio Estados Unidos.
Del apoyo explícito que Washington dio a la dictadura, particularmente siendo presidente Nixon y secretario de Estado Kissinger, la Casa Blanca pasa a imponer una política que generará espacios de diálogo entre la dictadura y sectores de la disidencia y la oposición.
Condición sin reservas y relativizaciones para ese camino: dejar fuera al Partido Comunista, a la izquierda y al movimiento de trabajadores que, en esos momentos, protagonizaba junto a la Asamblea de la Civilidad, las convocatorias más masivas en Chile.
Sobre estos pasos, hay documentos y textos que, especialmente en los Estados Unidos, son parte de los espacios públicos de análisis políticos y periodísticos.
Y nunca han sido desmentidos.
Uno de los articuladores de esta intervención norteamericana, fue el embajador de Estados Unidos en Chile, Harry Barnes, experimentado operador de la CIA, quien advirtió que su país haría todo para evitar que en el Cono Sur se abriera paso “una segunda Nicaragua”, despreciando y cuestionando las protestas sociales y populares que se incrementaban en todo el país.
En ese contexto, con las protestas creciendo, un empoderamiento intenso del Sujeto Popular-Pueblo de Chile, es que en medio del diálogo surge el plebiscito al cual convoca Pinochet, y que tiene las dos alternativas NO-SI.
La mayoría de los partidos de izquierda ilegalizados, perseguidos, la represión sistemática, la censura, son algunos de los rasgos en que se convoca, y se realiza el plebiscito.
Por primera vez, se hace una franja televisiva. Y también foros.
Con diversas apreciaciones, todas y todos los partidos y fuerzas sociales que se oponen a la dictadura convocan a votar NO.
La consigna del Partido Comunista es: NO HASTA VENCER.
Dando al plebiscito el concepto de batalla que, necesariamente, debía empujar el camino para el término de la dictadura, y una salida democrática de forma y fondo.
Nuevamente, las mayorías nacionales protagonizan una épica de multitudes y millones.
Se autoconvocan. Se organizan. Se movilizan para ir a votar, para resguardar el conteo de votos. Evitan las diversas provocaciones que la dictadura empujó en esos días.
En la noche, ya establecido que el NO se había impuesto, la ciudadanía no sale a las calles masivamente. Se resguarda y espera al otro día.
Todavía, al anochecer, la dictadura no reconocía formalmente su derrota.
Es efectivo que fueron bien importantes los pronunciamientos de Sergio Onofre Jarpa y el general Matthei, quienes públicamente reconocieron la derrota del SI.
Sin embargo, tal vez lo más determinante, fue el pronunciamiento del jefe de Zona Militar de la Región Metropolitana, un general que públicamente dijo que había un resultado, y era el triunfo del NO.
Hubo otros generales de zona, del Ejército, que habrían expresado algo similar a su jefe militar que era el tirano.
Al día siguiente, la ciudadanía se volcó a las calles en todo el país.
El grito recurrente, generalizado: “FUERA PINOCHET”.
Incluso en Santiago, esas manifestaciones llegaron muy cerca de La Moneda, ante una actitud nerviosa de la policía, pero sin presencia militar.
Los días posteriores siguieron con concentraciones multitudinarias en todo el país.
Y el grito popular era el mismo: “QUE SE VAYA PINOCHET”.
Hubo represión, y crímenes.
En definitiva, el dictador reconoció su derrota en el plebiscito. Pero no se fue.
Y mantuvo un poder político y militar determinante.
El “diálogo” continuó, y se acordó un proceso hacia elecciones presidenciales y parlamentarias; con Pinochet en el poder político y militar; con la vigencia de la Constituición impuesta a fines de los 70, y con formas autoritarias como el sistema binominal y otros asuntos político institucionales gravitantes.
Las elecciones se realizaron, y Pinochet entregó la banda presidencial, pero siguió siendo comandante en jefe del Ejército.
Luego, con reforma constitucional acordada en quienes definieron los rasgos principales del pacto transicional, Pinochet dejó la comandancia en jefe, para ser instalado en el Parlamento como senador vitalicio.
La historia ha continuado.
Con todo, sin el protagonismo y sacrificio de multitudes y millones, en Chile no se habría generado el plebiscito en que se impuso el NO.
Hoy se da inicio a un hito histórico en Valparaíso, se da comienzo al funcionamiento de los parquímetros municipales, una lucha histórica por parte de la comunidad y de la unión comunal de las juntas de vecinos y vecinas de Valparaíso.