A no dormirse en los laureles

No es momento de sacar cuentas alegres sino de prepararse para una larga y dura batalla que va a requerir movilización de masas, unidad de la izquierda y mantener en alto la crítica frente a la autocomplacencia y el falso optimismo que sólo oculta conformidad con el orden de cosas actual.

Hernán González. Profesor. Valparaíso. 5/2025. Afortunadamente, el sentido de realidad y las necesidades del pueblo se han ido imponiendo -más lentamente de lo deseable, en todo caso- de modo que todos los sectores democráticos tienden a agruparse en torno a la primaria oficialista. Los chovinismos de partido y las ambiciones personales han ido cediendo espacio al razonamiento frío y sencillo de que la suerte de todos está atada y que un triunfo derechista en las elecciones de noviembre, significa un retroceso para la democracia y el pueblo.

A regañadientes, hasta los más escépticos han tenido que reconocer que el significado de la coyuntura histórica a la que ha llevado a la Humanidad el neoliberalismo, no sólo en Chile sino en todo el mundo, es extremadamente delicada. Por la catástrofe ambiental a la que se enfrenta; por la posibilidad de una tercera guerra; los riesgos de una tecnología que se autonomiza del control del ser humano como factor del crecimiento económico; las pandemias; la recesión, con sus consecuencias de desempleo masivo y hambre para cada vez más extensas legiones de seres humanos.

La derecha se fagocita a sí misma en una guerra desatada entre sus diferentes facciones -de Chile Vamos a Republicanos, libertarios y socialcristianos, de Matthei a Kaiser-, cada cual más reaccionaria y violenta. Pero ojo, es característico de su naturaleza hacerlo, como parte de la inercia propia del sistema que consiste en desatar fuerzas cada vez más destructivas como condición de su regeneración permanente. Destrucción de fuerzas productivas y riquezas acumuladas para crear otras nuevas sin importar su costo social expresado en desempleo, aumento de la pobreza, obsolescencia prematura de adelantos tecnológicos que producen basura y aumento de la contaminación, entre otros.

Esa tendencia inherente del sistema, se manifiesta en la irrupción de la ultraderecha y un fascismo remasterizado, que empuja cada vez más a la derecha tradicional a posiciones morales fundamentalistas y clasistas que incluyen su desprecio por el trabajo y los trabajadores; su rechazo por el pueblo mapuche; codicia y avaricia presentadas en un envoltorio pseudocientífico que pretende legitimar como motivaciones del desarrollo económico. Ello, sin embargo, no sin resistencias, debates y contradicciones que la desorganizan y la hacen presentar ese aspecto zigzagueante, oportunista y tan débil que lo más probable es que finalmente sucumba ante ella.

La suerte no está echada ni mucho menos. Ni siquiera un triunfo electoral de las fuerzas progresistas en noviembre va a detenerla sino sólo si dicho triunfo significa una transformación de las mismas condiciones que han hecho posible su normalización. Es la construcción de una nueva sociedad; de unas relaciones de los seres humanos entre sí y de estos con la naturaleza lo único que podría evitarlo. Relaciones basadas en el reconocimiento del trabajo como fuente de riqueza, bienestar y realización; de la diferencia como fundamento de la identidad de nuestras sociedades; de la democracia y la participación como la forma legítima de resolver las diferencias y de tomar las decisiones que a todos y todas nos afectan.

En pocas palabras, del cambio social. Este debiera expresarse en una representación que diera cuenta de los sectores sociales interesados en dicho cambio pues su posición subordinada en las relaciones entre las clases, movimientos sociales y de estos con el Estado, los coloca en una situación de vulnerabilidad y exclusión que no es circunstancial sino esencial al neoliberalismo. Asimismo, en la unidad de los partidos y movimientos de izquierda comprometidos con impulsarlo. Movimientos sociales y de masas y no números ordenados y presentados en encuestas para la ocasión sino sujetos sociales y políticos.

No es momento de sacar cuentas alegres sino de prepararse para una larga y dura batalla que va a requerir movilización de masas, unidad de la izquierda y mantener en alto la crítica frente a la autocomplacencia y el falso optimismo que sólo oculta conformidad con el orden de cosas actual.

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