HABLEMOS DE LA TELE. Con la mano del gato

La inevitable manía de “matar el tiempo” observando los matinales de la televisión, con incautos televidentes rehenes de mensajes desenfadados, críticas despiadadas a la institucionalidad y hasta cuestionamientos severos al complejo y esforzado proceso democratizador en nuestro país.
José Luis Córdova. Periodista. “El Siglo”. Santiago. 15/5/2025. Si alguien quiere entretenerse por las mañanas, si está sólo, esperando en una clínica, oficina, repartición pública -trabajando o estudiando o ya pensionado-, es posible caer en la inevitable manía de “matar el tiempo” observando los matinales de la televisión. Pero resulta que en manos de “animadores”, como Priscila Vargas con José Luis Reppening o Karen Doggenweiler con José Antonio Neme, incautos televidentes serán rehenes de mensajes desenfadados, críticas despiadadas a la institucionalidad y hasta cuestionamientos severos al complejo y esforzado proceso democratizador en nuestro país.
Como un lugar común se dice que nuestro país disfruta de un sistema “democrático”, si se entiende por ello elecciones regulares, funcionamiento de partidos políticos y separación de los poderes del Estado. En verdad, la convivencia democrática es mucho más que eso y, sobre todo, implica participación popular en los procesos de decisión de la gobernanza, contacto directo de las autoridades con la ciudadanía, cuestiones que no se dan fácilmente en la mayoría de los países y muy poco en Chile desde la dictadura civil-militar que destruyó sistemática y conscientemente el tejido social hasta nuestros días.
La televisión debería ser un instrumento para establecer nexos entre el poder del Estado y la población común y corriente. El mal llamado sentido común, y la inefable opinión pública serían instancias indispensables para aquilatar niveles de entendimiento entre los medios de comunicación y sus usuarios, auditores, televidentes o como se llamen.
Es cierto que los periodistas, llamados a cuestionar al poder, escuchar al público en general y transmitir inquietudes y demandas, pueden y deben tener opinión, pero otra cosa es tomar partido, informar en forma parcial y abanderarse por ciertas causas. Es evidente que las dos principales parejas de animadores de los más “populares” matinales de nuestra televisión (Mega y Canal 13) se están jugando descaradamente por las posiciones más conservadoras y hasta ultraderechistas ante las inminentes contiendas electorales.
Sus posiciones abiertamente partidistas implican severas acusaciones (a menudo infundadas o artificiales) ante las decisiones gubernamentales, ácidas críticas a comportamientos personales (hasta en la vida privada) de autoridades; irrespeto e irresponsabilidad para evaluar actividades y actitudes que ocultan intereses espurios y contrarios a la sana convivencia.
Las últimas acciones del Ministerio Público, las filtraciones de causas judiciales, las interceptaciones telefónicas ilegales en procesos actualmente en marcha han dado pábulo a determinaciones inexactas y antojadizas ante hechos que la justicia examina e indaga con pocas medidas de reserva como lo exige la ley.
Si la delincuencia, el narcotráfico y el crimen organizado se están enseñoreando en nuestro país, no es aconsejable “echar más leña al fuego”, precisamente desautorizando a las instituciones, sembrando más desconfianza, tratando a todos de corruptos y desprestigiando a los políticos.
No existe una “clase política”, sino apenas una elite, un grupo de privilegiados que se han apoderado de cargos y responsabilidades -en muchos casos en forma “democrática”- pero algo muy distinto es echarlos a todos en un saco.
La política es una actividad noble, tal como el periodismo en los medios de comunicación y no es muy aconsejable que este tipo de instrumentos estén hoy día en manos de personajes o empresas que buscan “popularidad”, “fama”, “éxito”, como si el rating televisivo fuera una expresión democrática de convivencia social.
A ciertos sectores privilegiados les conviene este método para manejar la mal llamada “opinión pública” y saca réditos, usando a un medio de comunicación tan penetrante e influyente como la televisión para “sacar las castañas con la mano del gato”, como es conseguir sus oscuros propósitos a través de manipulación de informaciones, encuestas engañosas y creación de realidades ficticias y perniciosas, de manera precisa para la convivencia realmente democrática, popular y participativa.
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