Luis Emilio Recabarren: el Chile del mañana

La humildad de las clases populares; la vocación solidaria de los y las trabajadores; el trato digno y respetuoso incluso en la diferencia; la valoración de la diferencia política; la consecuencia y perseverancia en las luchas sociales; una clara vocación de mayoría; la mantención de una mirada estratégica que supere la perspectiva táctica de corto plazo constituyen un cuerpo de ideas, conductas y sentimientos impulsadas por Recabarren, han sido fundamentos que solidificaron en el movimiento sindical y popular las convicciones más profundas de transformaciones revolucionarias.  Recabarren conceptualiza un enfoque de derechos amplio e integral, centrado en la dignidad de las personas y en los derechos inalienables que les asisten, en tanto seres humanos. Así, su concepto igualitario es muy sofisticado e incluye lo que hoy, en el lenguaje propio de los derechos humanos, llamaríamos medidas o acciones afirmativas o positivas, políticas públicas destinadas a corregir las desventajas de grupos histórica, económica, social y culturalmente excluidos, respecto de los cuales el Estado tiene un deber de protección reforzado.

Marcos Barraza Gómez. Dirigente del Partido Comunista, exministro de Estado. Santiago. 2/2025. Recabarren fue un hombre de dos siglos. Esta afirmación surge naturalmente de su propia biografía: nacido en 1876, vivió la mitad de sus 48 años en el siglo XIX; sin embargo, la semilla fecunda de su compromiso y creatividad política se proyectó a todo el siglo XX y aún hoy alimenta las reflexiones del movimiento de trabajadores y trabajadoras.

La historia de Chile y sus luchas sindicales y populares están marcadas por la experiencia vital de un activista preclaro, que, junto con construir un presente con significado emancipador, trazó un horizonte de luchas para un movimiento social ascendente. Su teoría y práctica política dotó al movimiento sindical de una lógica política acumulativa, de una visión de las capacidades políticas crecientemente maduracionales.

Su labor incansable para organizar al movimiento obrero generó la base de los programas populares que rindieron frutos en los gobiernos del Frente Popular y culminaron en las luchas libradas por Allende hasta alcanzar el triunfo de la Unidad Popular. Después del golpe de Estado, su semblanza siguió inspirando a los dirigentes populares que, a veces incluso sin saberlo, volvían a los antiguos debates que promovió a través de la acción política y de la prensa obrera.

Así como como su pensamiento y práctica política dotó al movimiento obrero de un ideario político y social; su posición y conducta frente a la vida fue fundamental para establecer un código de ética y moral revolucionaria, que visto en su contexto, época y momento histórico fue fundamento para la práctica y proceder colectivo de las organizaciones sindicales y sociales, y, el basamento de un modo de vida contribuyente a la emancipación cultural de los trabajadores y sus familias. En un concepto, convertir a la clase trabajadora en protagonista de su destino y sujeto social transformador.

La humildad de las clases populares; la vocación solidaria de los y las trabajadores; el trato digno y respetuoso incluso en la diferencia; la valoración de la diferencia política; la consecuencia y perseverancia en las luchas sociales; una clara vocación de mayoría; la mantención de una mirada estratégica que supere la perspectiva táctica de corto plazo constituyen un cuerpo de ideas, conductas y sentimientos impulsadas por Recabarren, han sido fundamentos que solidificaron en el movimiento sindical y popular las convicciones más profundas de transformaciones revolucionarias.

La sencilles profunda y pedagógica de sus ideas, reflejan una comprensión sistémica, integrada, interrelacionada y profunda de la vida y de los cambios que se deben impulsar.

El pensamiento de Recabarren fue dinámico y se construyó al calor de las luchas reales de su tiempo. Sin embargo, hay en él una continuidad entregada por su concepto popular, ético y democrático del socialismo, al que entiende como una forma en que la liberación de los trabajadores (él solía hablar de su felicidad) sea el elemento que conduzca a la liberación de la sociedad en su conjunto.

¿Cuál era la sociedad con que soñaba Luis Emilio Recabarren?

En 1910, a propósito del centenario de la independencia, efectúa un análisis crítico del estado de la república que, a contraluz, permite vislumbrar lo que estimaba como una buena sociedad. Allí denuncia que los progresos que ha experimentado el país no llegan a las clases populares. Cada actividad del Estado los excluye. Así, cunde el cohecho y la corrupción.

Esto último, visión lúcida de los déficits de la democracia, de la distorsión de los fines y orientación de las instituciones del Estado, centradas en intereses corporativos; de las conductas contrarias a la probidad en el pasado y de absoluta vigencia en el presente, sobre su captura, distorsión y tergiversación por intereses espurios que distancian al mundo popular del sistema político, toda vez que el principal efecto de la corrupción es restringir y dañar los derechos de la ciudadanía.

El tiempo de Recabarren, con circunstancias históricas distintas, también fue un periodo de disputas nacionalistas, de chovinismo y de tensiones migratorias. En ello Recabarren propone y defiende una noción de patria centrada en el bienestar colectivo, en la conceptualización del trabajo como base de la realización comunitaria. Una visión integradora de los países de américa latina, orientada a la colaboración.

Una masa de personas que carecen de los mínimos derechos, como la vivienda o la educación, difícilmente pueden considerarse parte de la emancipación nacional. Ello no significa renegar de la patria. Pero el patriotismo obrero está centrado en el progreso para todos, no en la confrontación con otras patrias. Allí se puede notar su ideal de sociedad, igualitaria, pacífica y en que el trabajo de todos beneficia también a todos.

Ya en 1907, en el seno del Partido Demócrata al cual aún pertenecía, señalaba algunos de estos rasgos: una buena convivencia exigía “la completa emancipación de la clase trabajadora; es decir, la abolición de todas las clases sociales y su conversión en una sola de trabajadores dueños del fruto de su trabajo, libres, iguales, honrados e inteligentes”, una sociedad libre de las odiosas diferencias de clase que fuera capaza de satisfacer “las necesidades de las impedidas por edad o padecimiento”.

Recabarren conceptualiza un enfoque de derechos amplio e integral, centrado en la dignidad de las personas y en los derechos inalienables que les asisten, en tanto seres humanos. Así, su concepto igualitario es muy sofisticado e incluye lo que hoy, en el lenguaje propio de los derechos humanos, llamaríamos medidas o acciones afirmativas o positivas, políticas públicas destinadas a corregir las desventajas de grupos histórica, económica, social y culturalmente excluidos, respecto de los cuales el Estado tiene un deber de protección reforzado.

Lo que aparece en su pensamiento como base de la convivencia humana es el amor. No el amor como un sustituto de la lucha por la justicia social, sino como parte constitutiva de la actividad de las clases populares, que buscan su progreso a través de su propia organización, ya sea en las mancomunales que buscan el socorro mutuo, como en los sindicatos o en el partido político.

El amor como un sofisticado ideal humanista que define los parámetros de convivencia del mundo popular; un propósito social de las y los trabajadores, sus familias y el conjunto de la sociedad y que tiene su expresión más concreta en la solidaridad entre quienes conforman una misma clase.

Esta centralidad del amor exige terminar con la explotación y dar paso a una sociedad en que todos los seres humanos gocen del producto de su trabajo. Una sociedad en que la propiedad de los medios de producción se colectivice permitirá una acción a favor de las grandes mayorías. Y estos valores deben reflejarse también en la actividad cotidiana de los trabajadores, en sus relaciones mutuas, en su apoyo para que cada uno pueda buscar su desarrollo. Por eso afirmaba que “el amor mutuo es una ley de la naturaleza y de la razón, porque no tendría razón de ser la existencia de la humanidad sin amor”.

El Estado y la democracia de Recabarren

Una sociedad de ese tipo no puede contentarse con una democracia aparente. En ese sentido, su crítica a las insuficiencias de la democracia lo lleva a afirmar que “la democracia proclama reformar instituciones, democratizarlas. El socialismo proclama la desaparición de las instituciones inútiles y el reemplazo de algunas por otras totalmente distintas, socializándolas”.

De este modo, rechaza la democracia meramente institucional y procedimental, debate del pasado y del presente sobre una institucionalidad que se desentiende de un enfoque permanente de derechos y de cambios sustantivos y mediatiza las expectativas populares.

Por el contrario, se pronuncia a favor de lo que hoy llamaríamos una democracia sustancial, que no se limita a reconocer derechos formales, sino que satisface las necesidades de las personas, reconociéndolas como las verdaderas creadoras de toda riqueza.

Su visión del Estado no se queda allí. Avanza hacia un concepto de democracia popular, que encarna en la colaboración entre las organizaciones de los trabajadores (las mancomunales) y un municipio popular, como expresión de una democracia con presencia territorial. Su crítica al centralismo y al clasismo del sistema político veía en la comuna autónoma, ideada por la oligarquía para fortalecer a los terratenientes en sus feudos, como una oportunidad para que el pueblo, siguiendo una política inteligente, pudiera convertirlos en la semilla de un nuevo Estado de participación directa.

El rol del partido

Y en todo ello jugaba un papel crucial la organización autónoma de los trabajadores. Partía de la base de que “la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los trabajadores mismos”. Un partido de clase debía ser capaz de conducir políticamente al pueblo. Si bien denunciaba el carácter oligárquico del parlamentarismo burgués, veía en las luchas electorales una forma de avanzar en la conciencia popular y de mejorar las condiciones de vida del pueblo. El Partido de la clase era un organizador, un agitador y un educador, actividades que el propio Recabarren asumía como político, dirigente social y periodista obrero.

En la evolución de su pensamiento político fue madurando sus convicciones, inicialmente a través de un teorización más próxima a lo que denominamos como socialismo utópico, incluso con elementos propios de lo que hoy se denomina como visiones libertarias y más cercanas al anarquismo durante los primeros años del siglo pasado, para luego  compartir con otros militantes del Partido Demócrata, la convicción de profundizar en su transformación en un partido netamente obrero y clasista y de clara orientación socialista y revolucionaria.

En la orientación básica de Recabarren en torno a la construcción de un partido, tiene una centralidad su anhelo de avanzar a la conformación de una organización política que aspira a dirigir la sociedad desde una posición autónoma e independiente, propia de la clase obrera chilena, la que surge a partir del desarrollo alcanzado por el capitalismo, en otras palabras se representa en el Partido la independencia política de la clase trabajadora, emancipándose de las influencias de otras expresiones populares, pero que en su seno anidaban influencias que implican subordinar las posiciones del proletariado a otros sectores burgueses y pequeño burgueses, por muy bien intencionados que lo fueran.

Eso explica los motivos por los que el Partido Obrero Socialista, (POS), desde su fundación en el año 1912 no necesariamente su creación obedezca a la influencia de la II Internacional y desde sus primeras declaraciones programáticas tuvo una posición notoriamente diferente. El POS en su declaración de principios ya tiene una notoria orientación clasista y revolucionaria, y de apoyo a la Revolución Bolchevique y su política de paz mundial en diciembre de 1917 y en el congreso del POS de 1920 se había concordado un cronograma para integrarse a Tercera Internacional.

Lo que arroja, en somero resumen, es que el Partido Comunista de Chile tiene un proceso de fundación y formación único, que no es posible separar el POS del PCCH, pues son parte de un solo proceso, de un gran esfuerzo por un preclaro segmento de luchadores sociales, todos de origen proletario, en su conformación como organización política de alcance nacional, se dé un proceso de recíproca influencia con la estructuración del movimiento sindical y de la propia configuración de los población asalariada como clase para sí, Partido, clase y movimiento sindical son tres expresiones de un solo proceso.

Dicha fusión de estos componentes se sintetiza y expresa en la lucha de clases desarrollada durante todo el siglo XX, esa fue la apuesta visionaria de la Luis Emilio Recabarren, nada menos.

Hoy, a cien años de su muerte, unas cuantas calles, pocas para su importancia histórica, llevan su nombre. Un pequeño monumento en Plaza Almagro suele verse opacado por el comercio callejero de la zona, una especie de símbolo de una sociedad en la que la historia de las luchas populares se invisibiliza cada día. Sin embargo, de una manera más profunda, su influencia se proyecta en las luchas del presente y del futuro. Recabarren, este hombre que vivió en dos siglos y que sigue presente en este siglo XXI que ya avanza a su primera cuarta parte, soñó con una revolución socialista que terminara con la explotación, una revolución humanista, igualitaria, popular y libertaria, que hasta hoy ilumina las luchas del pueblo trabajador. El Chile del mañana está lleno de Recabarren.

 

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