Aproximaciones respetuosas e incompletas al compañero Volodia Teitelboim

Priorizó la actividad partidaria, como lo reconoce el orden de sus palabras -“ser comunista y ser poeta”-, aún sabiendo los costos que le significaría postergar su propia realización de escribir. Era una figura nacional tan respetada como temida. Leyendo sus discursos -gracias a este nuevo libro- se percibe la diferencia con la alocución de algún otro parlamentario o político de ese entonces, que no se interesara por la cultura: su vocabulario, sus modos de decir, sus cadencias, son muy personales y son propias de un escritor. Intervención de Soledad Bianchi Lasso, académica y crítica literaria, en la presentación del libro “Los sueños no envejecen. Discursos y textos escogidos. 1961-2008” del escritor y dirigentes comunista, Volodia Teitelboim Volosky.

Soledad Bianchi Laqsso. Académica. Santiago. 31/1/2025. Agradezco esta invitación a recordar y acercar a nosotros al compañero Volodia Teitelboim,  ahora, en el 2025, en momentos políticos tan difíciles para quienes queremos transformaciones verdaderas que signifiquen cambiar la sociedad y torciéndole la mano -y ojalá derrotando- al neoliberalismo, que haya menos injusticia, más igualdad y solidaridad, menos diferencias sociales, menos indiferencia e individualismo, menos corrupción, más democracia. Y es en este marco, con estos objetivos a alcanzar, que pienso en el compañero Volodia, que toda su vida luchó por ellos con tanta generosidad que, incluso, tuvo que dejar de lado por largos momentos una de sus grandes pasiones: la literatura. Remontándose en el tiempo, evoquemos sus propias palabras: “Cuando entré a la Juventud (refiere, por supuesto, a las Juventudes Comunistas, la Jota), tenía 16 años. Mis sueños eran dos: ser comunista y ser poeta”.

Agradezco esta invitación a recordar y acercar a nosotros al compañero Volodia Teitelboim, como lo hace y nos impulsa a hacerlo el importante libro que nos congrega: “Los sueños no envejecen. Discursos y textos escogidos. 1961-2008”, de Volodia Teitelboim. No quiero romper el anonimato de quien o quienes, con gran modestia y entrega, se firma “El Editor”, pero van, para él o ellos,  gratitudes múltiples, y no sólo mías sino, además, de todos los lectores -militantes o no- que podrán conocer o considerar, nuevamente, el pensamiento del compañero Volodia, inseparable, evidentemente, de la línea de su partido, el Partido Comunista.

Volodia quería “ser comunista y ser poeta”. Distinto, a mi entender, y no es un juego de palabras sino de énfasis, a ser poeta comunista como Juvencio Valle, Pablo de Rokha, Julio Moncada, Víctor Jara, Pedro Lemebel, y podría nombrar tantos más hasta llegar a Pablo Neruda, que fue senador, embajador y tuvo cargos partidarios. Incluso, en la última campaña electoral antes del golpe cívico-militar, fue candidato a Presidente de la República. Sin embargo, me parece, y especulo, que siempre hizo primar su calidad de escritor porque ingresó al Partido en 1945, cuando ya era conocido como tal y tuvo la habilidad para, siendo siempre un poeta comunista, tener un entorno que no le impidiera realizar sus trabajos de escritura, compatibilizándolos magistralmente con la política. En cambio, su gran amigo Volodia priorizó la actividad partidaria, como lo reconoce el orden sus palabras -“ser comunista y ser poeta”-, aún sabiendo los costos que le significaría postergar su propia realización de escribir, aunque en varias ocasiones le quitó tiempo al tiempo para utilizar la pluma. Sin embargo, no hay que equivocarse porque leyendo sus discursos -gracias a este nuevo libro- se percibe la diferencia con la alocución de algún otro parlamentario o político de ese entonces, que no se interesara por la cultura: su vocabulario, sus modos de decir, sus cadencias, son muy personales y son propias de un escritor.

No sé la razón que llevó a los compañeros a invitarme hoy a mí a traer a la memoria al compañero Volodia, y no es falsa modestia decir que hay muchas personas que lo conocieron más y convivieron más con él. Muchos de ellos, estando con nosotros y en nuestra memoria,  ya no están aquí: pienso, en especial, en José Miguel Varas, con quien fueron incansables voces cercanas, a pesar de la distancia geográfica, en el programa “Escucha Chile”, de Radio Moscú. Podría haber sido Carlos Orellana, el secretario de redacción de la revista Araucaria, uno de los importantes sueños de Volodia que llegó a construir y alcanzó una dimensión que estoy casi segura, ni él mismo, director de la publicación, logró imaginar. Otros pueden estar lejos en geografías o difíciles de contactar como Luis Bocaz, también de Araucaria, que fue  muy cercano  a él y hubiera hecho un retrato mucho más vivo y con más antecedentes que yo, que también integré el Consejo de Redacción de esta revista y que, de repente, sospecho y supongo que por esa razón estoy aquí. Como se imaginarán, las mías serán unas simples pinceladas sobre una persona que marcó décadas de la vida política de este país.

Dudo haber conocido personalmente al compañero Volodia antes del exilio, y me refiero a “conocer personalmente” porque él era una figura nacional, diría yo, tan respetada como temida y aborrecida. No es casual que años después, en tiempos de la dictadura, fuera uno de los pocos dirigentes a quienes se les quitó la nacionalidad: feroz castigo que lleva a pensar en alguien que deambula y vaga sin rumbo, justo lo contrario del trayecto firme, tranquilo y consecuente y con una meta clara e irrenunciable, que motivaba al apátrida Teitelboim y le llevaba a “hacer camino”, andando, andando hacia Chile, andando sin perder nunca de vista Chile y su dictadura, que había que derrocar. No es casual, tampoco, otra descomunal aberración que indica una maldad superior constitutiva de mentes sádicas, criminales y perversas: un perro violador de presas y presos políticos fue llamado Volodia por los y las agentes represivos de la casa de tortura hoy llamada “Irán”, por la calle donde se encuentra. El compañero Teitelboim, con inteligencia y astucia, anuló esta perversión dando un giro hacia la ficción e incorporando a este animal en su novela “La guerra interna”.

Foto: Prensa Latina.

Cambiemos de tema. Es indudable que, con anterioridad, yo lo tengo que haber divisado desde lejos en más de algún acto, en el Caupolicán o quizá en el mismo Pedagógico donde estudié desde 1965 y, sin duda, en los años de la Unidad Popular. Siempre era reconocible por su apariencia, por su modo tan característico y único de hablar: pausadamente y modulando las palabras como con fruición; por usar un vocabulario extenso con términos que, a veces, no entendíamos, por un tono de voz más bien bajo. De solo mirarlo, Volodia comunicaba respeto y seriedad, pero cuando se le conocía, nos enterábamos de su humor.

Cuando en 1977 se nos convocó, en París, a unas cinco o seis militantes a una primera reunión para informar sobre la existencia próxima de la revista Araucaria y anunciarnos que integraríamos su Consejo de Redacción, estuve por primera vez con él. Cada uno proponía ideas, y volaban las sugerencias que Volodia cazaba al vuelo, concretando, de inmediato, cómo podían ser útiles para la nueva publicación. Estábamos en un departamento en el sector de Montmartre, de la compañera Eugenia Neves (mi saludo para ella a tantos años de su ausencia). Después, cuando estuve más con Volodia me enteré de su amor por París, sus calles, sus rincones secretos, que varias veces recorrimos juntos, hablando; era un gran conversador. Siempre pensé que el hecho de no poder quedarse allí y estar obligado a vivir lejos era otra de sus obligadas renuncias. Al percibir su felicidad, caminando y saboreando cada detalle de la capital francesa, yo no podía dejar de evocar el título de una obra del filósofo alemán, Walter Benjamin, que llamó a París “capital del siglo XIX”. Por su parte, Volodia se auto-denominó y denominó “Un muchacho del siglo XX” (Antes del olvido I) al primer volumen de sus memorias. Se daba, entonces, la paradoja que un muchacho del siglo XX contemplaba con goce y casi  hacía suya esa ciudad de otro siglo. “Los sueños no envejecen”.

Y para no seguir extendiéndome, regreso a Araucaria. A la revista llegaban decenas de artículos y centenares de textos literarios. Me gustaba ver cómo opinaba Volodia: siempre punzante y yendo al meollo. Se alegraba mucho al descubrir nuevos autores y algunas veces lo vi y oí molesto por ciertos planteamientos, sobre todo políticos. En Europa -Francia, España, Italia- se vivía el euro-comunismo y para algunos de los partidos chilenos, eran los tiempos de la llamada “renovación socialista” que era muy crítica con los que llamábamos “países socialistas”.

“Volodia Teitelboim: caudillo, poeta y mago”, del pintor Guillermo Núñez, es uno de los cuatro textos -desgraciadamente, se publica fragmentado- que preceden las tres partes con escritos de Volodia que forman “Los sueños no envejecen”. Guillermo, mi compañero de vida, alaba la falta de censura que existió en las artes en tiempos previos al golpe cívico-militar, y dice: “Al igual que otros creadores comunistas…(y menciona a varios), Volodia (se expresaba)  al interior de un partido que, en nuestro país, no estableció censuras a sus artistas y creadores, no dio directivas a seguir, no prohibió ni la palabra, ni la imagen, dejándoles en total libertad, fieles solamente a su conciencia y a su compromiso con los más desposeídos, los humillados de siempre, los más humildes y sencillos”.

Tomo estas palabras para plantear uno de mis sueños: desear que esta misma libertad se fomente y practique no sólo en la cultura y las artes, y no sólo en los partidos políticos u otras agrupaciones, sino en los países, y que cuando esto no suceda podamos reconocerlo porque, sabemos, que mientras más diversa es una sociedad y más variedad de pareceres se expresan en ella, sus ciudadanos se enriquecen en diferencia, heterogeneidad, madurez y complejidad y lo sé posible porque -como dijo el compañero Volodia, “Los sueños no envejecen”.

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