Andrés Pascal Allende a 50 años de la muerte en combate de Miguel Enríquez Espinosa

Recordando ese sábado 5 de octubre de 1974, dijo que “fue un golpe demoledor para todos los compañeros y compañeras del MIR. Para mí fue también la pérdida de un amigo muy querido. Pero al mismo tiempo intuí que, al igual que Allende, Miguel con su ejemplo de heroica resistencia y compromiso revolucionario, con su fuerza moral, inspiraría y fortalecería nuestra lucha común”. En entrevista cuenta cómo conoció al líder del MIR, cuándo se salieron de las Juventudes Socialistas y esboza en general el proyecto que inspiró el joven médico. Recordando a muchas y muchos militantes de la izquierda chilena caídos en las luchas populares, el que sociólogo y también antiguo secretario general del MIR exhortó a que “aprendamos de sus aciertos, falencias y errores, pues sus experiencias, sin copiarlas mecánicamente, sino asumiéndolas creativa e innovadoramente, son un referente válido para el presente”.

Hugo Guzmán. Periodista. “El Siglo”. Santiago. 5/10/2024. ¿Cómo y en qué circunstancias conociste a Miguel Enríquez?

A fines de 1963 viajamos con su hermano Edgardo, que estudiaba en Santiago, a Concepción y nos alojamos en casa de la familia Enríquez. Allí nos reunimos con Miguel, Bautista Van Schowen, Marcelo Ferrada y otros compañeros. Todos militábamos en la Juventud Socialista, pero éramos muy críticos de la práctica política de ese partido. Había mucho debate en el seno de la izquierda tradicional pues, al cabo de más de veinte años de alianzas con gobiernos burgueses “progresistas”, “populares”, persistía en el país una gran desigualdad, con amplios sectores de pobres del campo y la ciudad viviendo en la marginalidad. Era un período de mucho descontento y protestas, pero los partidos de la izquierda tradicional priorizaban la actividad electoral, la negociación parlamentaria de reformas parciales, y la subordinación de las organizaciones sindicales y sociales en el clientelismo institucional. Al mismo tiempo, el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 tuvo un impacto enorme en la izquierda latinoamericana. Nos mostraba un camino distinto, de lucha insurgente, de desarrollo de un movimiento popular y revolucionario que rompió con la hegemonía oligárquica y norteamericana, y se propuso avanzar directamente a la construcción del socialismo.

¿Y qué hicieron producto de esas reuniones?

A principios de 1964, en vísperas de un Congreso partidario, temerosos de la influencia de la corriente juvenil crítica, la dirección del Partido Socialista expulsó a Miguel y al “Bauchi”, y otros nos fuimos con ellos. Aunque son dos épocas y condiciones históricas muy distintas, había una cierta similitud con la existencia actual de una diversidad de pequeños colectivos políticos de orientación revolucionaria y grupos y dirigentes radicalizados de organizaciones sociales. También crecían las críticas en sectores de la militancia y dirigencia de los partidos de izquierda tradicional, como hoy ocurre en algunos de los partidos gobernantes. Miguel se dedicó por entero a impulsar la unidad de la atomizada izquierda revolucionaria de la época, logrando una significativa integración generacional, que confluyó en la fundación del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) en 1965. Seis décadas después y al cabo de treinta y cinco años de concertacionismo, Chile es uno de los países más desiguales del mundo, una pequeña elite concentra la riqueza, mientras la amplia mayoría vive en la pobreza y la precariedad, la inseguridad, la incertidumbre. Hay una acumulación de descontento social y deslegitimación de la institucionalidad política muy grande. Lo grave es que la falta de unidad y encausamiento popular de este malestar social y político ha generado un vacío que prolonga la crisis sistémica que el autoritarismo de ultraderecha procura manipular, al igual como lo ha hecho en la vecina Argentina y otros países de la región. Pienso que, a pesar de las circunstancias históricas tan diferentes, ese espíritu y empeño unitario de Miguel es un ejemplo relevante para la izquierda anticapitalista presente.

Una vez en el MIR, ¿cuál fue la preocupación principal de Miguel?

Inicialmente se concentró el esfuerzo en el impulso de un movimiento estudiantil revolucionario en Concepción que luego se extendió a Santiago y todo el país. Esos estudiantes se volcaron a trabajar en territorios urbanos, organizando a los Sin Casa, las ocupaciones de terrenos baldíos y el desarrollo de campamentos de pobladores de prácticas comunitarias. Entre los mapuches y después en otras zonas rurales se impulsó la auto organización campesina y las tomas de fundos. De allí surgieron nuevos dirigentes sociales revolucionarios. La convicción de Miguel era que el eje de todo proceso revolucionario lo constituía el desarrollo de un movimiento popular autónomo, que desplegara su actividad independiente de la institucionalidad o aprovechando ésta cuando fuera conveniente, empleando la acción directa, la presión social y/o la negociación, así como las formas de autodefensa, según lo requiriera la coyuntura táctica. Ese movimiento se construyó desde abajo, desde los territorios sociales y espacios populares, a partir de la movilización por sus reivindicaciones más sentidas y urgentes. En el marco de esa movilización se desarrolló una vasta conciencia popular anticapitalista y socialista. En el período de la Unidad Popular surgieron en algunos territorios sociales formas germinales de poder popular y democracia directa.

Desde sus inicios el MIR adoptó una posición anti electoral. En 1969 realizó acciones de expropiación de bancos y propaganda armada. Luego, antes de las elecciones presidenciales de 1970, por pedido del futuro Presidente Salvador Allende paró las acciones armadas y conformó el GAP, su equipo de seguridad. Durante el Gobierno de la Unidad Popular, aunque no formó parte de él, lo apoyó contra el golpismo e incluso apoyó algunos candidatos municipales y parlamentarios de la izquierda institucional. ¿Cómo se explican estos virajes?

En todo ese tiempo el MIR no dejó de impulsar sus lineamientos estratégicos. Como recién relataba, logró dar un gran impulso al desarrollo del movimiento social autónomo de orientación revolucionaria, llegando a organizar en alianza con otros sectores de la izquierda Cordones Industriales y Comando Comunales urbanos y rurales. Siguió impulsando la movilización directa de los pobres del campo y la ciudad. Paró las acciones armadas, pero promovió la autodefensa de masas y la organización de los oficiales, suboficiales, clases y soldados antigolpistas en las Fuerzas Armadas. Todo eso produjo fuertes tensiones con el Presidente Allende y algunos partidos de la UP, pero sin dejar de mantener diversos grados de colaboración con el Gobierno Popular. Al mismo tiempo, alentó una política de alianza revolucionaria con los sectores más radicalizados de la propia UP, apoyando a sus candidatos en elecciones parlamentarias y municipales, pero sin meterse directamente en el juego político institucional para no desviarse de su esfuerzo principal: el desarrollo desde abajo del movimiento popular y revolucionario autónomo. Ello evidencia en Miguel una capacidad fundamental que debe tener todo dirigente revolucionario, un compromiso y perseverancia estratégica, y flexibilidad táctica para fortalecer lo primero.

¿En Miguel, junto a su posicionamiento ideológico y de compromiso militante, hubo una expresión de cultura de izquierda?

Miguel, y sobre todo Bautista Van Showen, su gran amigo y compañero de lucha, fueron desarrollando lo que yo llamaría una visión “gramsciana”. Es decir, la convicción de que el movimiento revolucionario no triunfaría si no logra desarrollar una contra hegemonía popular que enfrente la hegemonía capitalista dominante. Es la propuesta de construcción del “hombre nuevo” que impulsaba el Che Guevara. Actualmente podríamos llamarlo el desarrollo de una cultura comunitaria alternativa al individualismo neoliberal. Por ello es fundamental luchar contra el monopolio empresarial de los medios comunicacionales y el despliegue alternativo de la información popular, del ideario de cambio y de la emotividad social del arte liberador, tanto en sus formas tradicionales como en las actuales redes sociales digitales. Al mismo tiempo, reimpulsar las prácticas colectivas de vida y lucha en los territorios sociales populares. Hay otro aspecto relacionado que yo destacaría de Miguel: su incansable esfuerzo por informarse de otras experiencias revolucionarias mundiales y latinoamericanas, por estudiar la historia de Chile y de su movimiento popular, y por desarrollar un conocimiento crítico profundo de la sociedad de su tiempo. En el presente es más necesario que nunca que el movimiento revolucionario desarrolle el conocimiento crítico de la cambiante sociedad chilena y mundial, sobre todo en un período de crisis del capitalismo global, de interminables guerras, de crisis ambiental, y de aceleradas y amenazantes transformaciones tecnológicas, que demandan de la revolución socialista el carácter de un cambio civilizatorio.

¿Cómo supiste de su muerte, qué puedes decir de ese día 5 de octubre?

Supe por la televisión. Fue terrible, me sentí muy angustiado, me puse a llorar, pero al otro día salimos a reconectarnos con los compañeros de la dirección que estaban libres y vivos, a rearticular y proteger la frágil clandestinidad que nos quedaba. Fue un golpe demoledor para todos los compañeros y compañeras del MIR. Para mí fue también la pérdida de un amigo muy querido. Pero al mismo tiempo intuí que, al igual que Allende, Miguel con su ejemplo de heroica resistencia y compromiso revolucionario, con su fuerza moral, inspiraría y fortalecería nuestra lucha común.

Se cumplen 50 años de su muerte en combate. Algunos dirán para qué seguir recordando. ¿Por qué hacerlo, en dónde situarías un legado de Miguel?

No sólo yo, muchos más piensan que Miguel es uno de los más destacados revolucionarios chilenos y latinoamericanos, y como tal merece ser honrado en este 50 aniversario de su muerte en combate, y con él todos aquellos y aquellas, en el MIR y más allá del MIR, que se entregaron por entero a la resistencia contra la dictadura. Estoy recordando los ejemplos de Gladys Marín, de Raúl Pellegrin y la Comandante Tamara, de Arnoldo Camús y Carlos Lorca, del general (Alberto ) Bachellet y el Mayor de Carabineros, Carlos Carrasco, de los curas (Rafael) Marotto y Antonio Llidó, de las monjas Blanca Rengifo y Elena Chaín, por mencionar algunos y algunas. Pero más importante aún, es que aprendamos del pensamiento y la acción de Miguel y esos luchadores y luchadoras. Aprendamos de sus aciertos, falencias y errores, pues sus experiencias, sin copiarlas mecánicamente, sino asumiéndolas creativa e innovadoramente, son un referente válido para el presente. No silenciemos la memoria de las luchas populares pues la necesitamos para hacer nuestro futuro.

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