Intereses de clase, orientaciones político-ideológicas y preferencias electorales

En esta segunda vuelta lo que está en disputa es más profundo que la competencia entre dos nombres: se juega la orientación futura del modelo laboral y social chileno. Por un lado, un proyecto de izquierda y centroizquierda que, con todas sus limitaciones, busca mejorar la vida cotidiana de la mayoría social del país: salarios, empleo, cuidados, pensiones, negociación colectiva, derechos laborales básicos. Por el otro, un proyecto de extrema derecha que plantea desmantelar avances que creíamos conquistados hace décadas: la indemnización por años de servicio, la jornada de 40 horas, la protección frente al despido, la idea misma de trabajo digno.

Pablo Pérez Ahumada. Laboratorio de Análisis de Coyuntura Social (LACOS). Departamento de Sociología. Facultad de Ciencias Sociales Universidad de Chile. Santiago. 13/12/2025. La primera vuelta presidencial dejó en evidencia un escenario polarizado y, aunque algunos no lo duden, abierto. Jeannette Jara y José Antonio Kast pasaron al balotaje presentando proyectos diametralmente opuestos en materia laboral. Mientras la candidata de izquierda propone un salario vital de $750.000, fortalecer la negociación colectiva y reforzar la protección social, el candidato de ultraderecha plantea profundizar la flexibilidad laboral, eliminar las 40 horas laborales y la indemnización por años de servicio e incluso aumentar la edad de jubilación. Por su parte, el tercer lugar -Franco Parisi- apostó por un discurso ambiguo, con promesas difusas de “reconversión laboral” y un lenguaje antipolítico que parece haber capturado malestares reales en amplios sectores trabajadores.

Esto plantea una pregunta crucial: ¿en qué medida estas propuestas resonaron entre los votantes de clase trabajadora? Para responder, conviene volver a dos nociones fundamentales de la sociología política: los intereses materiales de clase y las orientaciones político-ideológicas. Los intereses materiales de clase remiten a las ventajas, recursos y condiciones de vida que se derivan de la posición de las personas en la estructura económica (particularmente, en el mercado del trabajo), y que orientan sus preferencias y acciones hacia la defensa o transformación de esas condiciones. Las orientaciones político-ideológicas, en cambio, se refieren a las creencias normativas, valores y visiones del mundo que llevan a las personas a identificar ciertos proyectos políticos como legítimos, deseables o moralmente correctos.

Durante gran parte del siglo XX, intereses de clase y orientaciones ideológicas tendieron a coincidir. No resultaba extraño que un trabajador apoyara a partidos de izquierda para mejorar sus condiciones materiales, ni que los sectores privilegiados se inclinaran por la derecha para proteger sus intereses económicos. Algo de eso subsiste: no sorprende que comunas acomodadas como Vitacura o Las Condes sigan votando mayoritariamente por candidatos de derecha, ni que Jeannette Jara obtuviera altos apoyos en comunas populares con tradición de izquierda como Pedro Aguirre Cerda o Lo Espejo.

Sin embargo, esta relación está hoy mucho más debilitada. Procesos históricos como la caída de la sindicalización, la transformación -más precisamente, “neo-liberalización”- de antiguos partidos obreros y el abandono del trabajo de base han hecho que la defensa de los intereses materiales aparezca, para muchos, como algo separado de sus identificaciones político-ideológicas. De ahí que un número importante de trabajadores y trabajadoras no vea contradicción en apoyar proyectos como el de Parisi, que combinan ideas normativamente cercanas a la derecha con medidas redistributivas o anti-elitistas de corte práctico. No es casual que en comunas populosas como Antofagasta, con una fuerte presencia de trabajadores/as  y alta desafección hacia el sistema político, Parisi haya alcanzado cerca del 35% de los votos.

Comprender esta separación -o más bien, esta tensión- entre intereses de clase y orientaciones político-ideológicas es fundamental para que la izquierda y la centroizquierda tengan posibilidades reales de ganar la segunda vuelta del 14 de diciembre. En Chile, como en buena parte del mundo, sectores de izquierda han creído que basta con apelar al plano normativo-ideológico para convencer a los sectores populares: explicar las virtudes del programa, insistir en que ciertas posiciones sobre seguridad, migración o moral pública son las “correctas” o las coherentes con una mirada progresista, y esperar que las personas ajusten su visión del mundo a esa pedagogía política.

Ese esfuerzo pedagógico es, sin duda, indispensable en cualquier proyecto transformador. Pero cuando se realiza de forma casi exclusiva, termina subordinando algo que debería ser central: la atención directa a los intereses materiales de los y las trabajadoras. Esto es aún más evidente si consideramos el tipo de crecimiento que ha tenido la izquierda en la última década: fuerte en lo electoral, pero con vínculos orgánicos débiles con el mundo del trabajo, especialmente con los trabajadores informales, precarizados o fuera de las estructuras tradicionales de representación.

Desde esta perspectiva, el desafío de la centroizquierda no es solo explicar su programa, sino interpretar -sin prejuicios- los intereses materiales concretos de quienes viven de su trabajo, incluso cuando esos mismos electores no se identifiquen con discursos de izquierda o cuando sus orientaciones ideológicas parezcan contradictorias con sus necesidades objetivas. Eso implica, tal como lo ha estado haciendo la candidatura de Jara, tomar en serio la demanda anti-elitista expresada por sectores que apoyaron a Parisi (por ejemplo, limitar sueldos de asesores políticos o rebajar el IVA a medicamentos).

En esta segunda vuelta lo que está en disputa es más profundo que la competencia entre dos nombres: se juega la orientación futura del modelo laboral y social chileno. Por un lado, un proyecto de izquierda y centroizquierda que, con todas sus limitaciones, busca mejorar la vida cotidiana de la mayoría social del país: salarios, empleo, cuidados, pensiones, negociación colectiva, derechos laborales básicos. Por el otro, un proyecto de extrema derecha que plantea desmantelar avances que creíamos conquistados hace décadas: la indemnización por años de servicio, la jornada de 40 horas, la protección frente al despido, la idea misma de trabajo digno.

Desde la perspectiva de los intereses materiales, la opción que más favorece a los y las trabajadoras parece evidente: votar por Jara. Pero la elección no se ganará solo con evidencia. Se ganará si la centroizquierda es capaz de activar políticamente esos intereses materiales, mostrando con claridad, sin tecnicismos y sin complejos, cómo las propuestas de Jara pueden mejorar la vida concreta de millones de personas en un contexto económico incierto. Y se ganará, sobre todo, si se comprende que esta movilización debe hacerse independientemente de las orientaciones ideológicas de esos electores: no todos los trabajadores se identifican con la izquierda, no todos se sienten cómodos con su lenguaje, no todos creen en sus marcos normativos. Pero sí comparten, de manera objetiva, vulnerabilidades y aspiraciones materiales que deben ser tomadas en serio.

Aunque parezca optimista, creo que el resultado de la primera vuelta demostró que el mundo popular no está perdido para la centroizquierda. Está, más bien, a la espera de una oferta que hable su lenguaje, que conecte con su experiencia laboral y vital. Lejos de ser un obstáculo, esa diversidad ideológica dentro de la clase trabajadora puede convertirse en una oportunidad si se coloca al centro lo que realmente une a esos electores: sus condiciones materiales de existencia, sus inseguridades, sus expectativas de bienestar y dignidad. En tiempos en que la política parece reducirse al miedo o la rabia, la campaña de Jeannette Jara tiene la posibilidad -difícil, pero real- de ofrecer una vía distinta: una política que vuelva a hablar de trabajo, de salarios, de cuidados, de protección, de comunidad. Una política que vuelva a poner a los trabajadores en el centro. Si logra hacerlo, si logra transmitir que las mejoras en la vida cotidiana no son una promesa sino una responsabilidad, entonces la segunda vuelta no está perdida. Por el contrario, puede convertirse en el inicio de un cambio que parecía improbable, pero que hoy, más que nunca, depende de escuchar y movilizar aquello que durante demasiado tiempo la política dejó en segundo plano: los intereses materiales de quienes sostienen día a día este país.

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