Despertar
Las consecuencias del nuevo equilibrio de fuerzas para Chile y América Latina, así como también para Canadá, son inmensas y requieren un amplio debate nacional que defina con claridad el interés estratégico del país y la región.
Manuel Riesco. Vicepresidente de Cenda. Santiago. 12/2025. En las fértiles tierras negras de Ucrania regadas con la sangre de un millón de muertos, está ubicado el epicentro del terremoto geopolítico que hoy, 1 de diciembre de 2025 -cuando los EEUU y Rusia se han reunido para intentar imponer a Ucrania y Europa su acuerdo de poner fin a la guerra bajo las condiciones de esta última- ha despertado a la humanidad a la realidad del violento quiebre cualitativo en la correlación de fuerzas entre las grandes potencias mundiales, provocado por el avance inevitable del mundo emergente sobre el terreno que desde hace tres siglos ha sido hegemonizado por el autodenominado “Occidente”, sentando de ese modo un nuevo equilibrio mundial.
La acertada y paciente estrategia militar de Rusia ha impuesto esta nueva realidad a “Occidente”, cuya equivocada apreciación y sordera ante las reiteradas advertencias rusas al respecto desató hace cuatro años esta guerra fratricida, atroz como lo son todas. Rusia está logrando hoy por medios diplomáticos una victoria histórica, que restablece su equilibrio secular con el resto de Europa.
Este fue roto transitoriamente por la disolución de la URSS, provocada allí por una élite frívola y decadente que -a diferencia de China- postergó hasta su crisis terminal, las reformas necesarias para adecuar su régimen socio-económico al desarrollo de lo que siempre fue tras la Revolución de Octubre: la más avanzada forma del desarrollismo estatal que en todos los países ha conducido la transición de la vieja sociedad agraria y señorial a la moderna economía urbana y burguesa.
Esta transición verdaderamente epocal, que ya ha abarcado a la mitad de la humanidad, avanza hoy arrolladora por las regiones más pobladas del planeta, ante los ojos asombrados y el corazón trémulo de miles de millones de seres humanos, es el fenómeno social más masivo que se haya experimentado jamás. Es impulsada desde las profundidades tectónicas de la sociedad por los humildes e intrépidos pasos del campesino que deja atrás su forma de vida y trabajo tradicional y milenaria en el campo, para migrar a las modernas ciudades que en ese momento y así nacen, seguido por la siguiente generación de sus mujeres que dejan el hogar para incorporarse así ambos a las moderna fuerza de trabajo, que produce no para el autoconsumo sino para la venta en el mercado, acto preciso que dota a sus manos con el poder del Rey Midas que transforma lo que toca en oro -descubrimiento de Adam Smith que al decir de un admirado Carlos Marx “cambió el curso del pensamiento humano”-.
Ello lo cambia todo de arriba abajo y por completo, tal cual lo experimentó Chile a lo largo del siglo transcurrido desde 1930, cuando el censo constató que, al igual en el mundo entero hoy, los habitantes urbanos igualaron en número a los que viven y trabajan en el campo: la población se multiplicó por cinco, la población urbana por nueve y el producto interno bruto ¡por veinte y tres! A lo largo de este tiempo el país construyó asimismo un Estado moderno y experimentó su moderna era de revoluciones, la que está precisamente hoy en trance de culminar.
Las consecuencias estratégicas del inevitable cambio en la relación de poder entre el mundo emergente, es decir el que realizó esta transición epocal en el siglo XX y está en curso de culminarla, y Occidente y sus colonias blancas que la completaron en el siglo XIX, asegurando así su hegemonía mundial en los últimos tres siglos, las explican las clases magistrales que John Mearsheimer, el más importante geopolítico de este momento y discípulo del “realismo” de George Kenan, arquitecto de la detente que aseguró la paz tras el fin de la Guerra Mundial, regala a diario en este vínculo.
Según Mearsheimer, mientras no se construya un Estado mundial en las relaciones internacionales la ley del más fuerte y el interés esencial de los diferentes Estados es defender su soberanía y maximizar su poder. Si dicho interés estratégico coincide con su ideología, como promover la democracia liberal por ejemplo, pues tanto mejor, pero si no coinciden el primero siempre prevalece sobre el segundo. Hoy el cambio cualitativo en el equilibrio de fuerzas debido a la emergencia de China, ha cambiado las prioridades de la principal potencia mundial, la que ha proclamado un pivote hacia Asia, lo que implica un pivote desde Europa y otras regiones.
El efecto sobre Europa es que los EEUU ya no pueden mantener el paraguas defensivo que ha extendido sobre aquella desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el que ha permitido al viejo continente desarrollarse en paz, hasta ahora. El necesario pivote estratégico de los EE.UU. deja a Europa en la disyuntiva de construir una capacidad defensiva común propia y restablecer su relación con Rusia sobre una base realista de sus capacidades estratégicas respectivas o quedar en una situación estratégica precaria y propensa a las divisiones internas. El error de cálculo estratégico de Occidente en Europa en los años que siguieron a la disolución en el aire de la URSS -que les impulsó a extender la OTAN hacia el Este a expensas de Rusia- quedó de manifiesto al recomponerse esta última y declarar y advertir hasta la saciedad que ello afectaba sus intereses existenciales, lo que luego demostró en los hechos con la invasión a Ucrania en el año 2022.
De este modo, las promesas iniciales de apoyar a Ucrania y la incitación a esta de continuar la guerra rechazando el acuerdo de Estambul en 2022 -verdadero objetivo de la incursión Rusa, que con apenas 100 mil hombres jamás pretendió una invasión propiamente tal, sino reafirmar lo que venía advirtiendo- han quedado hoy como lo que fueron siempre, es decir, simples promesas que nunca estuvieron en el interés y mucho menos en la real capacidad estratégica de Occidente de ser cumplidas. Ello por cierto será considerado asimismo y muy especialmente por los países de la OTAN limítrofes con Rusia.
De este modo, la disyuntiva de Occidente hoy es terminar de sacrificar a Ucrania y conceder una victoria diplomática histórica a Rusia o exponerse a que esta última imponga lo mismo por medios militares, con resultados aún peores para los primeros.
Las consecuencias del nuevo equilibrio de fuerzas para Chile y América Latina, así como también para Canadá, son inmensas y requieren un amplio debate nacional que defina con claridad el interés estratégico del país y la región, lo que requiere abordarlo de conjunto en la perspectiva de la integración regional, único camino razonable para tener un mínimo de soberanía en el mundo del siglo XXI.
Nada es hoy más importante que esto.


