Danke schön y gracias por nada
Los gestos entre “los alemanes” Kaiser y Matthei. Si realmente se sienten alemanes, orgullosos de sus orígenes y cultura -tanto así que en un debate presidencial de Chile lo exhiben- ¿por qué entonces sus propuestas y trayectorias políticas están tan alejadas de lo que es Alemania?
Adrián Prieto. Santiago. 13/11/2025. El último debate de las y los candidatos a la presidencia de Chile trajo consigo un momento que, desde mi perspectiva, vale la pena analizar. Seis segundos demoró Johannes Kaiser en saludar a Evelyn Matthei por su cumpleaños: le regaló una rosa, besó su mejilla y selló el momento con un danke schön, que en alemán significa “muchas gracias”. A su vez, Kaiser replicó con otro danke schön, cuando en realidad debió haber dicho bitte o bitte schön, el equivalente a “de nada”.
Una puesta en escena burda, que intenta disfrazar de osito Teddy a quien -entre otras cosas- propone indultar a criminales de lesa humanidad. Un gesto que, de paso, revela el verdadero sentido de pertenencia y la identidad cultural de estos patriotas chilenos de derecha, tan orgullosos de su nacionalismo, pero curiosamente fuera de nuestro país. Raro, por decir lo menos.
Pero llevemos el análisis más allá. Si realmente se sienten alemanes, orgullosos de sus orígenes y cultura -tanto así que en un debate presidencial de Chile lo exhiben, ¿por qué entonces sus propuestas y trayectorias políticas están tan alejadas de lo que es Alemania? ¿Sabrán los candidatos alemanes -sumando también a Kast- que la Alemania de hoy se parece mucho más al Chile que propone Jeannette Jara, y que está a años luz de lo que ellos defienden?
Enfoquemos el lente del análisis comparado sobre derechos sociales entre Chile y Alemania, particularmente en tres: salud, educación y vivienda.
Hablar de derechos sociales en Chile -salud, educación y vivienda- es hablar de una promesa incumplida. A más de treinta años del retorno a la democracia, nuestro país sigue entendiendo estos derechos como bienes de consumo, no como garantías universales. En contraste, Alemania demuestra que el bienestar colectivo no es un lujo, sino una obligación del Estado moderno.
En Chile, la Constitución de 1980 consagra la “libertad de elegir” en salud y educación, pero esa libertad solo existe para quienes pueden pagarla. Es decir, no es una libertad real. El sistema de salud divide a los chilenos entre quienes dependen de FONASA y quienes acceden a la atención privada a través de las ISAPRES. En educación, la gratuidad universitaria fue un avance, pero el modelo sigue reproduciendo la segregación: la calidad de la enseñanza depende del barrio, del ingreso familiar y, en última instancia, del tipo de establecimiento. En materia de vivienda, el Estado se limita a subsidiar el acceso al mercado, mientras la especulación inmobiliaria y la desigualdad territorial profundizan la crisis habitacional.
Alemania, en cambio, no necesita proclamar en su Constitución los derechos sociales para hacerlos realidad. Su principio de Estado social de derecho, vigente desde 1949, obliga al Estado a garantizar condiciones de vida dignas para todas las personas. Allí, el sistema de salud cubre prácticamente al 100% de la población, con financiamiento solidario entre trabajadores y empleadores. La educación es gratuita desde la infancia hasta la universidad, y el sistema técnico-profesional ofrece verdaderas oportunidades laborales, no promesas vacías. En vivienda, el Estado interviene con firmeza: regula los arriendos, impulsa el alquiler social y promueve barrios integrados. El resultado es una sociedad menos desigual y más cohesionada.
La diferencia no es solo institucional, es cultural. Alemania entiende que los derechos sociales fortalecen la democracia, mientras Chile aún los concibe como un gasto. Nos hemos acostumbrado a pensar que la salud, la educación o la vivienda digna deben ser “merecidas”, no garantizadas. Pero esa lógica es precisamente la que erosiona la confianza en la política y perpetúa la desigualdad.
Y si ampliamos la mirada hacia la memoria histórica y la justicia, el contraste se vuelve aún más elocuente. Tras el horror del nazismo, Alemania no solo reconoció sus crímenes, sino que los asumió como una herida nacional que debía sanarse con verdad, justicia y reparación. Los criminales de guerra fueron juzgados en Núremberg; el negacionismo del Holocausto es un delito; y la memoria de las víctimas está presente en calles, escuelas y monumentos. Alemania no construyó su democracia negando su pasado, sino enfrentándolo con responsabilidad moral y política.
Chile, en cambio, sigue conviviendo con quienes justifican, relativizan o incluso homenajean a los responsables de las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura de Pinochet. Mientras Alemania convirtió su “nunca más” en política de Estado, en Chile algunos candidatos hablan de “contexto”, de “guerra interna” o de “reconciliación” para encubrir la impunidad. Peor aún, hay quienes -como Kaiser o Kast- han propuesto indultar a los condenados por crímenes de lesa humanidad. Esa es la diferencia entre una nación que aprendió del horror y otra que aún lo normaliza.
Hoy, cuando se vuelve a las urnas para elegir a la próxima presidenta o presidente de Chile, mirar el ejemplo alemán nos da una arista más para comparar a los candidatos. No se trata de copiarlo completamente -aunque a mí no me molestaría-, sino de comprender su esencia: un Estado que asume la responsabilidad de cuidar a su pueblo y de no repetir sus tragedias. Tal como propone Jeannette Jara, y muy lejos de lo que defienden los candidatos de derecha, los tres de orgulloso origen alemán, quienes -junto a su sector- se han opuesto históricamente a cualquier avance que nos permita parecernos un poco más a Alemania.
Porque, en realidad, no deberíamos temer al gasto social, sino a su ausencia. No hay verdadera libertad en la enfermedad, en la deuda universitaria ni en la precariedad habitacional. Hay libertad solo cuando los derechos dejan de ser privilegios.
Dicho esto, y para que me entienda la derecha chilena-alemana: Danke für nichts, o mejor en chileno, gracias por nada.
La entrada Danke schön y gracias por nada se publicó primero en El Siglo.


