La diplomacia cañonera de EEUU en Latinoamérica y el silencio cómplice de la prensa chilena

Este silencio no es casual; es una decisión editorial deliberada. Es un cálculo electoral miserable. Los grandes consorcios mediáticos chilenos, voceros del bloque de poder alineado con sus socios en el norte, están patéticamente atrapados en su propia hipocresía: su repulsión visceral por Maduro choca contra el bochorno de apoyar una intervención militar estadounidense en pleno siglo XXI. No están dispuestos a pagar ese costo de imagen. Sería admitir públicamente su servilismo imperial y eso, claramente, ya no es popular.

Jean Flores Quintana. Analista. Santiago. 11/2025. Seamos claros. La justificación de “operación antinarcóticos” para el despliegue del portaviones nuclear USS Gerald R. Ford en El Caribe es un insulto a la inteligencia. ¿De verdad alguien cree que se necesita la flota más avanzada del planeta para cazar lanchas? Dejemos el teatro de lado. Es la vieja diplomacia de la cañonera: la fuerza bruta del imperio movilizada por una sola razón: el petróleo. Un anacronismo del siglo XIX en pleno 2025.

La hegemonía de Washington -su capacidad de dominar mediante el consentimiento- se acabó. Por eso, esta escalada militar no es una señal de fuerza, sino la admisión de un fracaso colosal. Durante años, la potencia aplicó el torniquete financiero, un “asedio económico” mediante sanciones ilegales, creyendo que el gobierno venezolano colapsaría por asfixia. Fracasaron.

Ese fracaso tiene nombre: el mundo cambió. El “cerco’” con el que soñaban se hizo trizas. La era unipolar, esa donde el hegemón trataba al continente como su “patio trasero”, ha terminado. Venezuela ya no está sola.

Hoy, para desgracia de la Casa Blanca, ese gobierno se sostiene sobre un nuevo equilibrio de intereses. China, el salvavidas económico, necesita el petróleo que la administración estadounidense prohíbe y es experta en evadir el bloqueo. Rusia, el contrapeso geopolítico, provee el respaldo militar y el veto diplomático en la ONU. Y Colombia, el giro inesperado, rompió el cerco desde adentro: la administración Petro desmanteló la principal plataforma de hostigamiento regional, legitimando al interlocutor que el Departamento de Estado buscaba aislar.

Este portaviones no es solo un buque de guerra: es la prueba física de que la Doctrina Monroe está en crisis. Esa, y no otra, es la noticia geopolítica de la década en la región. Es la rabieta de un imperio que descubre que su antiguo feudo ya no le responde; es el poder norteamericano admitiendo que ya no puede convencer y que solo le queda amenazar para intentar resucitar un cadáver. Es el choque visible entre el viejo poder unipolar y el nuevo equilibrio que se instaló en el continente.

Y, sin embargo, frente a este evento que redefine el poder continental, si uno revisa la prensa chilena, lo que encuentra es un silencio ensordecedor.

Este silencio no es casual; es una decisión editorial deliberada. Es un cálculo electoral miserable. Los grandes consorcios mediáticos chilenos, voceros del bloque de poder alineado con sus socios en el norte, están patéticamente atrapados en su propia hipocresía: su repulsión visceral por Maduro choca contra el bochorno de apoyar una intervención militar estadounidense en pleno siglo XXI. No están dispuestos a pagar ese costo de imagen. Sería admitir públicamente su servilismo imperial y eso, claramente, ya no es popular.

No pueden condenar la ofensiva porque va contra su alineamiento histórico. Pero no pueden aplaudirla porque es indefensible. ¿La solución? La cobardía editorial: fingir que no está pasando. Es su forma de operar: moldear la opinión pública para que la jugada, aunque impopular, jamás sea cuestionada.

Esta omisión es más que una falta al deber de informar; es una complicidad táctica. Es el intento de invisibilizar la prepotencia de su aliado principal, mientras esperan que la intimidación surta efecto sin tener que mancharse las manos defendiéndola. Es más cómodo, por supuesto. Prefieren callar antes que admitir la nueva realidad: se acabaron los días del consenso, y la cañonera llega tarde a un mundo que ya es multipolar.

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