América frente a la incertidumbre: no bajar la guardia

El resultado demuestra un comportamiento impredecible de las masas, posiblemente como resultado de la incertidumbre que provocan políticas de schock, destrucción del tejido social y las bases materiales sobre las que se ha construido, así como su degradación producto de la corrupción y la explotación que motiva por parte de quienes quieren destruirlas.

Hernán González. Profesor. Valparaíso. 28/10/2025. El resultado de las elecciones parlamentarias en la hermana República Argentina sorprendió. No habían pasado ni tres semanas y el partido de Javier Milei, después de haber sufrido una apabullante derrota en Buenos Aires, en medio de escándalos de corrupción, vinculación de su principal candidato en Buenos Aires -José Luis Espert- con el narcotráfico y manifestaciones en su contra, en cada gira o intento de realizarlas, aumenta su caudal electoral en alrededor de ochocientos mil votos, gana en la mayoría de las provincias, incluido Buenos Aires y asegura el tercio que le permitiría continuar su obra de demolición del Estado Argentino y reducción de los derechos de sus ciudadanos y ciudadanas.

En sus primeras alocuciones luego del triunfo, y en concordancia con lo anterior, ya anuncia la profundización de su política en lo que tiene que ver con pensiones, trabajo e impuestos.

Mucho se ha escrito ya acerca de las razones para que esto sea posible. Fundamentalmente el sentimiento antikirchnerista, groseramente explotado por la derecha argentina y los medios hegemónicos. La incapacidad para aprovechar la coyuntura de desgaste de la administración libertaria para relevar nuevos liderazgos que por legitimidad y capacidad de convocatoria -como los de Axel Kicilof y el del dirigente social Juan Grabois- debe ser motivo de reflexión para la izquierda y el campo social y popular en toda América Latina.

También la grosera intervención del imperialismo norteamericano, a través de un swapp de veinte mil millones de dólares a cambio de un resultado electoral favorable para Milei y los suyos. El imperialismo ni siquiera disimula sus pretensiones injerencistas y sus subalternos -moviendo la cola- la algarabía por su obediencia. Hacía décadas que no se asistía a un espectáculo más grotesco de dependencia y subordinación, sazonado por cierto con otros aderezos típicos de los imperialismos del siglo XX como las amenazas de intervención militar, diplomacia agresiva e imposiciones unilaterales.

Ponderar, en todo caso, el peso de estos dos factores -incluso combinados- es complejo y arriesgado y difícilmente servirían para resolver una línea política de rearticulación en medio del desánimo que provoca esta derrota, así como del sentimiento de aturdimiento y confusión que genera.

El resultado demuestra un comportamiento impredecible de las masas, posiblemente como resultado de la incertidumbre que provocan políticas de schock, destrucción del tejido social y las bases materiales sobre las que se ha construido, así como su degradación producto de la corrupción y la explotación que motiva por parte de quienes quieren destruirlas. La salud y la educación públicas, las empresas nacionales; en el caso argentino, un sistema de asistencia social con participación de los sindicatos, cooperativas y un sistema federal en el que los gobiernos provinciales tenían una gran responsabilidad.

En este sentido, el aumento de la pobreza corre parejo con la destrucción del Estado, la industria nacional y del sistema de protección social y a su vez con la despolitización de masas convertidas, producto de esta política, en una sopa indiferenciada reunida bajo el rótulo de «clase media», cada vez más receptivas de discursos populistas y soluciones como las de Trump o Milei. Trabajadores precarios, empobrecidos, consumidores de toda clase de contenidos embrutecedores que circulan a toda velocidad por las redes sociales y que después se vuelcan a las soluciones facilonas y que buscan chivos expiatorios en inmigrantes, minorías, los sindicatos y la izquierda, como responsables de su situación de pobreza y exclusión.

La lucha contra la desigualdad tiene, entonces, una centralidad ineludible en dicha rearticulación. No basta exhibir logros en materia macroeconómica ni planes focalizados o soluciones transitorias si estos no la reducen e incluso las exhiben como un vergonzoso blasón. En este sentido, el arte de la política es la profundización de la reforma, es decir, llamar la atención sobre la diferencia más que la reivindicación de logros que tienen el mérito, justamente, de llamar la atención sobre esta.

En segundo lugar, y en lo que la derecha y especialmente su caricatura se destacan, la construcción de un adversario identificable y motivo de una inspiración movilizadora.

En este sentido, además de las oligarquías locales que se han visto beneficiadas por décadas de políticas de restricción del gasto y que las ultraderechas emergentes pretenden reeditar en su versión original de los años setenta y ochenta -no la focalización de los noventa-, también la denuncia del resurgimiento de las tendencias más agresivas de la política norteamericana hacia la región y el riesgo que eso implica para la democracia, debe ser un componente esencial. No basta con la reivindicación de un nacionalismo que no señala la amenaza imperialista.

El mundo está cambiando. América Latina también. La dirección que este cambio vaya a tener, el objeto de una intensa disputa política. La incertidumbre precisamente es la expresión de dicha disputa frente a la que hay que estar alerta hasta no haber conseguido una transformación efectiva de las condiciones de desigualdad y exclusión que la generan.

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