Trabajo público: Es hora de pasar a la ofensiva en la batalla del sentido común

“Lo que hoy despliega José Antonio Kast y su sector no es sólo una disputa programática sobre el tamaño del Estado. Es una operación cultural y moral orientada a deslegitimar el trabajo público, instalar la sospecha sobre quienes lo ejercen y transformar la eficiencia privada en una suerte de virtud cívica. Frente a esto, el sindicalismo no puede responder con tecnicismos ni refugiarse en el debate administrativo. Esto no es una disputa de cifras sino de valores, porque detrás de cada servicio estatal hay personas: una enfermera, un profesor, una trabajadora social, un funcionario que garantiza derechos que el mercado no puede ni quiere garantizar. Ellos y ellas no son un costo; son la expresión concreta de la justicia social y de la dignidad del trabajo.

Eric Campos. Secretario General de la Central Unitaria de Trabajadores y Trabajadoras de Chile (CUT). Santiago. 10/2025. En política las grandes derrotas no siempre se producen en el Parlamento ni en las urnas. Muchas veces comienzan antes, cuando una parte de la sociedad acepta como “sentido común” ideas que van en su contra.

Lo que hoy despliega José Antonio Kast y su sector no es sólo una disputa programática sobre el tamaño del Estado. Es una operación cultural y moral orientada a deslegitimar el trabajo público, instalar la sospecha sobre quienes lo ejercen y transformar la eficiencia privada en una suerte de virtud cívica.

La secuencia es elocuente: la columna “Parásitos”, la frase posterior del propio Kast -“yo habría sido más duro”- y la sincronía con ciertas vocerías institucionales no son hechos aislados. Responden a una estrategia comunicacional y política destinada a debilitar el valor de lo público, a sembrar desconfianza hacia el Estado y a corroer la legitimidad de quienes lo sostienen.

Frente a esa ofensiva, el sindicalismo no puede responder con tecnicismos ni refugiarse en el debate administrativo. Esta no es una disputa de cifras, sino de valores. Lo que está en juego es el sentido mismo del trabajo, del Estado y de la comunidad.

El sindicalismo chileno debe entender que la batalla es política y cultural, no contable ni jurídica. Si se repliega al lenguaje técnico o a la defensa corporativa, perderá el alma de su causa. Pero si se levanta como un actor sociopolítico -capaz de hablarle al país, de explicar, de disputar el relato- podrá demostrar que el trabajo público no es un privilegio, sino una forma de compromiso con Chile.

Porque detrás de cada servicio estatal hay personas: una enfermera, un profesor, una trabajadora social, un funcionario que garantiza derechos que el mercado no puede ni quiere garantizar. Ellos y ellas no son un costo; son la expresión concreta de la justicia social y de la dignidad del trabajo.

Esa es la verdadera disputa: no se trata de defender puestos, sino de defender la idea misma de sociedad. De reivindicar que lo público no es una carga, sino el espacio donde se encarna la igualdad.

El desafío que enfrentamos, entonces, es no permitir que la derecha imponga su moral sobre el trabajo. Porque antes que los votos, se gana o se pierde la conciencia colectiva.

Y esa batalla —la del sentido común— no podemos perderla.

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