Cuando la bandera se esconde: el caso Chile

El libro Operación Fetiche. Una bandera para la historia popular, narra una operación de más de 20 años protagonizada por militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
Mario Ernesto Almeida Bacallao. Periodista. “Granma”. 9/2025. Los Estados, por lo general, suelen ser bastante autoritarios respecto a los símbolos e imponen hasta cómo quererlos; te dicen lo que son, dónde y cuándo se ponen, cómo se guardan, y se le pasa por encima al hecho de que los símbolos tienen vida propia y que son más vivos cuando más logran resemantizarse, cuanto más dialogan entre lo etéreo y lo circunstancial, entre el pasado que se difumina, agranda o degrada y el presente de las dudas y los dolores corrientes.
Que viviera el símbolo, que hablara, eso intentaron los miristas de Chile desde 1980, tal como cuenta el libro “Operación Fetiche”. Una Bandera para la historia popular, primera edición, que regala la firma Quimantú con el guion del joven Nicolás Castañeda y las ilustraciones de Carlos Carvajal.
En formato historieta, narra una operación de más de 20 años protagonizada por militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (mir), quienes en medio de la dictadura pinochetista recuperaron, del museo donde era expuesta, la enseña original ante la cual en 1818 se juramentase la independencia del país austral.
Mientras la dictadura y sus medios de comunicación empresariales calificaban la acción como un robo, los miristas insistían en el término recuperación y se insertaron así en una discusión, bastante peligrosa entonces, relativa a de quién es la bandera, qué representa y qué no.
En aquel tiempo, probablemente la respuesta fuera más sencilla que ahora, porque tras un golpe de Estado y con los militares arriba las cosas siempre son más claras.
¿A quién pertenece? A nosotros. ¿Quiénes son nosotros? Mucha gente, muchísima, pero no ustedes. ¿Qué representa? La libertad, nos habían dicho. ¿Y qué no? Lo que ustedes hacen. Hasta que no haya libertad no hay más bandera.
Pero esas discusiones siempre son más complejas. Las banderas emergen como espacios de disputa -no solo en Chile-, como si fuesen un pedazo de tierra o la tierra toda.
La disputa por la tierra a secas es física, tangible; pero la disputa por la bandera, que significa tierra y qué hacer con ella, es simbólica.
Pasó de mano en mano la bandera, de escondite en escondite, nadie ha dicho exactamente cuáles ni cuántos, hasta el año 2003, cuando madres de detenidos desaparecidos la entregaron al museo, en el que se expuso unos días, y luego se guardó de la vista pública.
Fue una entrega a regañadientes, un gesto no correspondido en pos de información que nunca llegó sobre los cuerpos, en medio de una libertad que tampoco era exactamente por la que se había luchado.
A inicios de 2025, pocos meses antes de su muerte, Eduardo “Waro” Arencibia, uno de los protagonistas de la recuperación del emblema en el 80, dedicaría un tiempo a prologar esta entrega. El Waro dejaría claro que no pocas veces nos mordemos los labios, porque no todos los esfuerzos culminan como uno desea:
“Pero lo importante es seguir (…), la más oscura realidad permite que el pueblo brille y de eso está contenido este texto, de luces, de estrellas que en su momento sabrán iluminar el destino, hasta que algún día esta luz se fije en el firmamento e ilumine a la humanidad, ya no como prehistoria”.
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