11/9. Entrevista a fotógrafo de revista Life que retrató al Presidente Allende

Se trata de un extracto de la entrevista a Michael Mauney, autor del libro “Chile, 1971. Los primeros días de Allende”, recién publicado (Penguin Random House), con muestra de cientos de fotografías nunca antes vistas del fotógrafo estadounidense, quien visitó nuestro país como reportero de la revista Life. Será lanzado este lunes 8 de septiembre a las 12.30 en la Sala América de la Biblioteca Nacional. Publicamos acá un extracto de la entrevista del libro, realizada por el periodista Felipe Valenzuela.

Felipe Valenzuela. Periodista. Santiago. 5/9/2025. Michael tiene ochenta y ocho años, aunque se ve más joven. Lleva una vida entera dedicada a la fotografía. Habla lento, pausado, masticando las palabras, sin apurarse. Tiene una voz dulce, a ratos rasposa, y un fuerte acento sureño. Creció en Carolina del Norte, donde reside con Elizabeth Lutyens, su pareja, y donde se recuperaba de una operación a la columna al momento de grabar esta entrevista.

En 2022 donó la mayor parte de su archivo fotográfico a la Universidad de Northwestern. Pero no todo. Por algún motivo, que ni él mismo entiende muy bien, decidió conservar las 461 fotos que tomó en 1971, cuando vino a Chile a retratar a Salvador Allende para la revista Life. Se trata de un material inédito, a todo color, a partir de ahora disponible al público.

¿Cómo surgió el encargo de viajar a Chile en 1971?

Yo empecé a trabajar para la revista Life como fotógrafo independiente en 1968. Después pedí entrar al equipo estable de fotografía. Solo cien fotógrafos en el mundo habían logrado tener un sueldo fijo desde que se empezó a publicar en 1936, y yo fui el número ciento uno. Así que tenía cierto prestigio estar ahí, además de mayor estabilidad. ¿Por qué me eligieron a mí de entre todos los fotógrafos con más experiencia para ir a Chile? No sé.

Michael relata que no viajaba al extranjero muy a menudo y que su primer encargo en el exterior fue a Perú, después de un terremoto devastador en 1970. “Fui para cubrir a los miembros del Cuerpo de Paz que estaban allá y a Pat Nixon, que había llegado para representar la ayuda que Estados Unidos estaba enviando”.

Nos contaste que en tus primeros trabajos para Life, siempre te encargaban reportajes en pueblos chicos. ¿Crees que eso tuvo algo que ver con venir a Chile? ¿Que la revista considerara nuestro país como un pueblo chico?

Había muchos departamentos en la revista, Noticias, Deportes, Entretenimiento, Política, Ciencia, Internacional, etcétera. Y los jefes de esos departamentos tenían claro lo que querían publicar cada semana. Los editores senior estaban informados de lo que ocurría alrededor del mundo, y en Chile. Estoy casi seguro de que algunas personas acá en Estados Unidos estaban muy preocupadas o incluso asustadas de lo que sucedía en Sudamérica. No creo que nadie pensara que íbamos a Chile a hacer una historia de pueblo chico.

¿Qué instrucciones te dieron en Life? ¿Te acuerdas?

Bueno, no te daban una lista de fotos a realizar. Simplemente te mandaban a observar lo que estaba pasando y registrarlo. Hacías tu investigación en terreno, por así decirlo. Los fotógrafos y reporteros eran asignados como equipo para cubrir las historias. En este caso el periodista era Peter Young, que había sido jefe de oficina de Life en Moscú. Él estaba acostumbrado a tratar con los comunistas más duros en Rusia, así que yo confiaba en que iba a saber moverse. Nos conocimos cuando llegué a Santiago y me cayó bien de inmediato. Confié en su criterio durante toda nuestra estadía en Chile. Conversábamos las cosas constantemente. ¿Cuándo vamos a poder ver a Allende? ¿Cómo será? ¿Qué pasa si no logramos verlo? ¿Qué otras cosas debería estar fotografiando? Estar con un periodista experimentado como Peter era muy reconfortante para mí.

¿Cuáles eran tus expectativas y las de Peter antes de venir a Chile? ¿Qué sabían sobre el país?

Yo había estado en Perú y sabía dónde estaba Chile, pero no mucho más. No era una persona muy política. Para mí, Chile era un país extranjero en una parte muy diferente del mundo, y necesitaba estar atento. No hablaba castellano, así que estaba un poco preocupado por eso, pero Life envió a una reportera chilena del equipo para ayudarnos a Peter y a mí con el problema del idioma. Pero no, no me preparé mucho. No era mi trabajo decidir cuál iba a ser la historia. Yo estaba ahí para registrar lo que veía. Así que empecé por fotografiar Santiago mientras esperábamos conocer a Allende. Las calles, los edificios, la gente en los cafés, los rostros de todos los que me daban permiso (para fotografiarlos), y a veces al propio Allende cuando íbamos a sus eventos públicos. Todo me parecía interesante.

¿Eras consciente de la relevancia de tener un presidente marxista elegido por la vía democrática en la esfera de influencia de Estados Unidos?

 No pensaba en Allende como marxista sino como socialista, lo que ciertamente sonaba mejor. Probablemente sentía que él iba a ser un líder más honesto que Nixon. Yo era ingenuo, por decir lo menos, pero no me inclinaba ni para un lado ni para el otro. La gente me preguntaba: “¿Eres liberal o conservador?”. Y yo decía: No sé, porque soy las dos cosas”. No me di cuenta entonces de que Nixon y Kissinger estaban más preocupados por un marxista elegido que por un comunista revolucionario como era Castro en Cuba.

¿Tenías curiosidad, en medio de la Guerra Fría, acerca de cómo funcionaría este experimento chileno, en oposición al capitalismo? Porque seguro que tu país estaba invadido de propaganda que decía que el comunismo era el caos y la muerte y lo que sea.

 Sí, pero yo casi nunca pensaba en eso. Crecí en los años cincuenta, en la era de Joseph McCarthy, cuando había mucha histeria anticomunista. Yo veía políticos mintiendo para su propio beneficio, como McCarthy, que no hizo mucho por su estado natal de Wisconsin, pero se volvió poderoso destruyendo las carreras de gente usando el fantasma del comunismo. Y a mí realmente me desagradaba esa forma que tenían algunos políticos de manipular a la gente.

Respecto a su llegada a Chile el año 1971, Mauney recuerda que no hubo ningún tipo de formalidades ni bienvenida oficial para periodistas, pero que tampoco las esperaban. Peter había viajado desde Nueva York y él desde Chicago. A su llegada tomó un taxi que lo llevó al Hotel Carrera, a un costado del Palacio de La Moneda.

¿Qué hicieron una vez que ya estaban listos para empezar el reporteo?

Nuestras instrucciones eran coordinar todos los contactos con Allende a través de su jefe de prensa, Carlos “el Negro” Jorquera, y estar disponibles en cualquier momento. Cuando llegamos a nuestra primera cita el lunes, Jorquera nos dijo: “Disculpen, pero no va a pasar nada acá por lo menos hasta el miércoles”. Ningún drama. Significaba que quedábamos en libertad para ir, por ejemplo, a caminar por la Plaza de Armas, o subir el cerro San Cristóbal para fotografiar la puesta de sol sobre la ciudad. Después de algunas cancelaciones más empezamos a preocuparnos, pero no demasiado. El hecho de no reunirnos aún con Allende significaba que podíamos irnos a Viña a almorzar tranquilos. Recuerdo estar en un restaurante con vista al Pacífico y comer erizos por primera vez. Si teníamos dos o tres días antes de la siguiente cita, nos íbamos más lejos y éramos simples turistas. Una vez pasamos el fin de semana en un lago precioso a unas cinco o seis horas en auto hacia el sur.

En Santiago mi rutina era salir del hotel a las siete y media de la mañana para tomar desayuno o un café en la calle, rodeado de ejecutivos de terno y corbata junto a obreros de la construcción con ropa de trabajo antes de empezar su jornada laboral. Me gustaba la luz temprana en las calles de la ciudad y no tener nada especial que fotografiar, solo lo que me llamara la atención. La espera no me molestaba. Sabía que tarde o temprano íbamos a encontrarnos con Allende.

La sensación de Michael era que Jorquera y Allende estaban jugando un juego con ellos. “Bueno, era su juego, era su país, así que uno sigue la corriente. Ciertamente no nos enojamos ni pataleamos diciendo que si no nos dejaban verlo nos íbamos para la casa”. Por lo que recuerda, en algún momento alguien insinuó que los estaban poniendo a prueba para ver si eran agentes de la CIA. “Años después cuando conocí a Patricia Espejo, una de las asesoras de Allende, ella me dijo: ‘Michael, después de conocerte nos quedó claro que no eras de la CIA’”.

Y luego por fin les permitieron entrevistar a Allende…

 Jorquera era nuestro punto de entrada, nuestro contacto, como te he mencionado. Íbamos a verlo a La Moneda y él nos llevaba a la oficina presidencial o donde fuera, o cancelaba la entrevista a última hora. Estuvimos en ese tira y afloja por un buen rato.

Un día nos presentamos obedientemente en su oficina y nos dijo: “Hoy los va a recibir en su despacho”. Nos llevaron a una sala contigua a la oficina de Allende para esperar. Había mucha gente haciendo fila para tratar algún tema con él, así que nos pusimos a la cola. Peter y yo estábamos súper alertas, haciendo planes de último minuto sobre cómo proceder, yo revisando que mis cámaras tuvieran rollo, aunque ya las había revisado tres veces, chequeando mis luces, etcétera, etcétera…Y de repente entramos.

¿Qué impresión te causó el presidente?

 Allende no parecía notarme, así que empecé. Mientras más me ignoraba, más me acercaba, hasta que estuve arrodillado justo al lado de su escritorio, tomando fotos hacia arriba mientras su asesor le pasaba papeles para firmar o le presentaba a la siguiente persona en la fila. Me cayó bien de inmediato por darme la oportunidad de fotografiar libremente, nunca negando con la cabeza, nunca mirando directo a la cámara. Sentí un respeto instantáneo, por supuesto. Ahí estaba el presidente de un país haciendo su trabajo y dejándome hacer el mío. Puede parecer frívolo, pero me gustaba cómo se vestía, como debe vestirse el presidente de un país. A veces usaba un pañuelo en el bolsillo superior de su chaqueta, que hacía juego con su corbata. Me enteré después que era conocido por ser un hombre elegante para vestir.

¿Qué crees que pensó él de ti?

 Yo creo que le caí bien porque yo no era atropellador. Nunca dijo, ni ese primer día ni después, “no puedes tomar una foto de esto”, o “no más fotos por hoy”. Era como un baile, el primer día en la oficina empiezo desde el otro lado de la sala, y mientras me acerco, él no dice nada. Entonces la siguiente vez que lo fotografío en un matrimonio, me acerco un poco más, y todavía me ignora. Fue así casi siempre hasta mucho después en una conferencia de prensa, cuando tomé una larga serie de fotos con un teleobjetivo enorme. Finalmente miró directo a mi lente, exasperado pero sonriendo. Ese fue el momento en que él y yo hicimos contacto visual simplemente como dos personas, un momento especial para mí.

Una vez de regreso en los Estados Unidos, Mauney se mantuvo informado acerca de los acontecimientos en Chile. “Recuerdo muy claramente leer las noticias del golpe y pensar que la CIA había matado al presidente Allende. O que habían hecho que sus agentes en Chile apretaran el gatillo. Pero parece que me equivoqué. Ahora se acepta que él se quitó la vida. En 1973 yo no tenía ninguna duda de que había sido la CIA, o que ellos lo habían financiado”. Y se acuerda asimismo de haber hablado, ya de vuelta, con otros estadounidenses sobre esto. “Yo les decía: ‘Escuché que murió en el pasillo fuera de su oficina. Conozco ese pasillo porque un día estuve ahí y cuando salió de su oficina, me adelanté, y lo fotografié con uno de sus ministros mientras caminaban hacia mí’”.

¿Alguna vez viste las fotos del bombardeo a La Moneda?

 Sí, por supuesto. Hace poco las vi en el Museo de la Memoria. Y también el documental que me mandaste, “La ciudad de los fotógrafos”. Me hubiera gustado reunirme con algunos de los fotógrafos chilenos de esa película. A veces, cuando veía esas imágenes, me daba un impulso de conocer en persona a algunos de ellos.

¿Qué importancia crees tú tienen tus fotos para Chile?

Bueno, la importancia histórica fue que fotografié a Allende en color. Al parecer Nixon y Kissinger habían boicoteado el envío de película en color a Chile, y los fotógrafos chilenos fotografiaron el golpe y los años siguientes en blanco y negro. Solo los fotógrafos extranjeros como yo pudimos tomar fotos en color. Creo que me di cuenta de la importancia de estas imágenes el día que fuimos a la Biblioteca Nacional.

Yo me gradué de la Universidad Northwestern en 1959, y en 2023 doné gran parte de mi trabajo a los archivos de la Biblioteca Deering allá, incluyendo alrededor de dieciséis mil fotos en color de todos los años haciendo registros alrededor del mundo. Pero conservé las de Allende…

¿Por qué no las donaste a la universidad junto con las otras?

Supongo que tenía una vaga sensación de que algún día iba a devolver estas fotos a Chile, pero en realidad no tenía un plan para concretarlo hasta que te pusiste en contacto conmigo y empezamos a escribirnos. Sin saber con exactitud por qué, creo que siempre sentí que pertenecían a Chile.

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