Jeannette Jara: La esperanza viene desde abajo

No representa a los de siempre. Porque no habla desde arriba. Porque no responde a los intereses de los grandes grupos empresariales ni a las élites que han moldeado el país bajo el signo de la desigualdad. Jara, entonces, representa la posibilidad real de que el pueblo gobierne con su voz, sus demandas y su dignidad al frente.
Luis E. Villazon León. Master en Políticas del Trabajo y RR.LL. Santiago. 5/7/2025. En momentos en que la política institucional aparece lejana, capturada por intereses de siempre y envuelta en un clima de desconfianza generalizada, la irrupción de la candidatura presidencial de Jeannette Jara Román, mujer comunista, para representar a la centroizquierda chilena no es sólo una novedad electoral: es un hecho político mayor. Es la posibilidad concreta de que los trabajadores, las mujeres, los jóvenes y los pueblos históricamente postergados vuelvan a ser el centro del proyecto país. Se abre, con ella, un camino que conecta con la esperanza largamente contenida de millones.
Y no es casual. Su origen no está en las cúpulas, sino en el mundo del trabajo, en el sindicalismo, en los barrios donde el Estado no llega de manera suficiente, pero la organización popular resiste. Jara ha recorrido una trayectoria coherente, construida desde abajo, sin desvíos hacia los privilegios ni claudicaciones ante el poder económico. Viene de esa clase trabajadora que sostiene Chile día a día. Su historia es una historia compartida por millones: de esfuerzo, de estudio público, de lucha social, de levantar a los suyos sin pedir permiso.
Por eso su candidatura toca una fibra profunda. No representa a los de siempre. Porque no habla desde arriba. Porque no responde a los intereses de los grandes grupos empresariales ni a las élites que han moldeado el país bajo el signo de la desigualdad. Jara, entonces, representa la posibilidad real de que el pueblo gobierne con su voz, sus demandas y su dignidad al frente.
Logros concretos, no promesas
Esa coherencia no es solo biográfica. Es también política. Durante su gestión como ministra del Trabajo en el gobierno del Presidente Boric, Jara no sólo cumplió con la palabra empeñada: lo hizo enfrentando resistencias profundas y con resultados concretos. La Ley de 40 horas, que reduce la jornada laboral legal sin merma salarial, fue aprobada gracias a su empuje político y a una estrategia que combinó diálogo social, firmeza programática y un profundo sentido de justicia. No fue una concesión, fue una conquista.
Pero eso no fue todo. También impulsó la ratificación del Convenio 190 de la OIT, que reconoce y combate la violencia y el acoso en el mundo del trabajo, marcando un precedente clave en la protección de los derechos laborales con perspectiva de género, abrió espacios para el reconocimiento del trabajo de cuidados, históricamente invisibilizado, como un componente esencial del sistema de protección social, y sin duda una reforma previsional que abre espacios para el fin definitivo de las AFP y avanzar hacia un verdadero sistema de seguridad social y que logro hacer subir las pensiones.
Frente a un empresariado reacio al cambio y una derecha que bloquea todo avance social, Jeannette Jara mostró que es posible gobernar con sentido común y al mismo tiempo transformar. No desde el cálculo pequeño, sino desde la convicción política. Y lo hizo con una ética del cuidado, del trabajo bien hecho, de la responsabilidad social. No hay improvisación en su liderazgo: hay preparación, experiencia y compromiso.
Una propuesta que interpreta a la mayoría
Por eso su candidatura despierta entusiasmo, pero también temor entre los poderes fácticos. Porque su programa representa mayorías. Trabajo decente, salud pública digna, pensiones suficientes, fortalecimiento de la educación pública, recuperación de los bienes comunes, fortalecimiento de lo público, freno al abuso de las grandes empresas: eso es lo que propone, un sueldo mínimo vital, en síntesis, hacer del valor del trabajo un motor esencial para el buen vivir. No hay nada más sensato. Nada más urgente.
Lo que Jara representa es el sentido común de los pueblos: ese que no aparece en los matinales ni en las encuestas dirigidas, pero que vive en las conversaciones del paradero, en la sede vecinal, en la asamblea estudiantil, en la reunión sindical. Ese sentido común que ha sido criminalizado y degradado por las élites, pero que resiste con la misma fuerza con que el pueblo levanta su vida día a día.
No es casual que los grandes medios de comunicación -controlados por unas pocas familias empresariales- hayan comenzado a desplegar su artillería contra ella. Con caricaturas, tergiversaciones, silenciamientos. Saben que Jara no les pertenece. Que no les debe favores. Que no aceptará pactos a espaldas de la gente. Por eso intentarán instalar la idea de que su liderazgo es “radical” o “ideológico”, cuando en realidad lo que hace es interpretar una demanda transversal de justicia, dignidad y seguridad para vivir.
En un país donde el modelo económico ha generado riqueza para pocos y precariedad para muchos, defender derechos básicos parece subversivo. Pero no lo es. Lo que Jara plantea es que el Estado debe estar al servicio de las personas, no de los negocios. Que la economía debe servir a la vida, no al revés. Que el trabajo debe liberar, no esclavizar. ¿Hay algo más sensato que eso?
Con Jara se abre un camino donde vuelven a tener voz los sin voz. Donde los de a pie no solo marchan, sino deciden. Donde los descalzos, los ninguneados, los invisibilizados dejan de ser objeto de políticas públicas para ser sujetos de transformación. Y eso es, en esencia, lo más revolucionario de su candidatura: que devuelve la política a su lugar de origen, al corazón del pueblo.
Hoy más que nunca, Chile necesita una presidenta que entienda al país desde adentro, no desde arriba. Que no les tema a las mayorías. Que gobierne con las y los trabajadores, no contra ellos. Que recupere lo público, lo común, lo colectivo. Que mire a los ojos de las mujeres que han sostenido este país con doble y triple jornada, y les diga: “Vamos a construir algo distinto”.
La esperanza no está en abstracto. Tiene rostro, historia, cuerpo. Y hoy se llama Jeannette Jara Román. En noviembre, el pueblo tendrá la palabra. Y con ella, tal vez, por fin se abra el camino que tanto tiempo ha esperado.
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