“Aborto sí, aborto no, eso lo decido yo”

La presentación de un proyecto de ley que regula la interrupción voluntaria del embarazo en un cierto plazo, es decir, que reconoce la decisión de las mujeres como razón suficiente para el aborto, pone sobre la mesa este reducto de poder patriarcal, que en nombre de otras autoridades externas, sean religiosas o filosóficas, busca mantener la tutela sobre el cuerpo y la vida de las mujeres criminalizándolas y exponiendo su salud.
Teresa Valdés. Coordinadora Observatorio de Género y Equidad. Santiago. 6/2025. Así reza una de las consignas que cientos de mujeres año tras año han voceado en las marchas del Día Internacional de la Mujer (8 de marzo), en el Día Internacional de Acción por la Salud de la Mujer (28 de mayo), en el Día Internacional de Acción contra la violencia hacia las Mujeres (25 de noviembre).
Y es que nuestra cultura, basada en un orden patriarcal que subordina a las mujeres a los designios de una autoridad masculina, tiene graves consecuencias en su cuerpo y su vida. Es un orden tutelado, en que la biología -la reproducción de la especie- está por encima de la condición humana de un ser que vive en sociedad, un ser sujeto de derechos en una comunidad política. La “Naturaleza” por sobre la Cultura, un “orden natural” por sobre la comunidad de seres humanos conscientes.
Hace más de dos siglos mujeres -y algunos filósofos- comenzaron a exigir su reconocimiento como “humanas” con igualdad de derechos y dignidades. En la antropología, la sociología, la psicología se fue documentando la construcción de un orden cultural basado en una división sexual del trabajo asentada en los cuerpos sexuados de mujeres y hombres, revelando que no era la biología, sino la cultura la que subordinaba a las mujeres. Lentamente, en el siglo 20, organizadas en movimientos feministas, las mujeres lograron salir del encierro del mundo privado, habitar el mundo público y competir por los liderazgos, hasta llegar a las más altas responsabilidades políticas y sociales.
Sin embargo, el cuerpo de las mujeres, en muchas sociedades se ha mantenido ausente, es decir, puede ser Presidenta de la República, pero no puede decidir sobre su fecundidad si la biología le juega una mala pasada y se embaraza sin haberlo deseado. Hasta allí no más llega la autonomía conquistada. La ciencia y la técnica han contribuido decididamente en la entrega de herramientas para controlar la propia fecundidad, permitiendo la separación entre la sexualidad, la vida sexual y el placer y la fertilidad -la procreación-, es decir, entregando libertad en un ámbito fundamental de la existencia humana para decidir los embarazos. Sin embargo, distintas circunstancias, incluida la falla de los métodos anticonceptivos, llevan a que se produzcan embarazos no planificados.
Un embarazo no planificado puede ser aceptado y así lo han hecho y hacen miles de mujeres, especialmente cuando la maternidad forma parte de su proyecto de vida, pero la investigación revela que en cierta proporción, ese embarazo no es aceptable para la mujer con severas consecuencias para ella y también para la criatura que llega así al mundo. Esa niña o niño nace en condiciones de desventaja, más allá del mito del “instinto maternal” que sugiere que biológicamente, las hembras -las mujeres- por instinto van a cuidar, amar, sostener, acompañar a sus crías hasta que sean autónomas, independientemente de sus condiciones de gestación. En nuestra sociedad, sin duda, un derecho humano que deberíamos reconocer es el derecho a nacer habiendo sido deseado, el derecho al afecto, al apego, que marcar toda la vida, como muy bien lo documenta hoy día la psicología. No debe extrañar que sean miles los abortos que se producen año a año, en condiciones de clandestinidad, con riesgo para la salud y para la seguridad personal de las mujeres, que no sólo cautelan sus propios proyectos de vida, sino también ese derecho de un posible hijo o hija de nacer habiendo sido deseado.
¿Cómo es posible, entonces, que en pleno siglo 21 se mantenga la tutela sobre el cuerpo y la vida de las mujeres y que no se reconozca que tanto la mujer como la hija o hijo requieren condiciones objetivas y subjetivas para un embarazo?Avanzamos en 2017, al reconocerse por ley el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo en tres situaciones de extrema necesidad, sin embargo, sólo en esas causales, desconociendo otras causales.
Es un asunto de poder, sin duda, y es por ello que la lucha de las mujeres por el derecho a la interrupción voluntaria del embarazo por su sola decisión pone en jaque un ámbito material y simbólico de ese orden patriarcal que pretende que las mujeres, más que sujetos, sean “sujetadas”.
La presentación de un proyecto de ley que regula la interrupción voluntaria del embarazo en un cierto plazo, es decir, que reconoce la decisión de las mujeres como razón suficiente para el aborto, pone sobre la mesa este reducto de poder patriarcal, que en nombre de otras autoridades externas, sean religiosas o filosóficas, busca mantener la tutela sobre el cuerpo y la vida de las mujeres criminalizándolas y exponiendo su salud. Ha llegado el momento de avanzar en la plena autonomía de las mujeres y de comprender hasta qué punto ese avance es favorable para el bienestar del conjunto de la sociedad.
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