El apartheid también es un régimen de explotación laboral

El trabajador palestino no es sólo una víctima cotidiana de la ocupación, el apartheid y el asedio bélico: es también una fuerza de trabajo precarizada, sujeta a las dinámicas más brutales de explotación laboral impuestas por un régimen colonial que no oculta su carácter racista ni clasista.

Daniel Jadue. Arquitecto y Sociólogo. Santiago. 6/2025. Hay quienes insisten en seguir llamando conflicto al proceso de desposesión, colonización y apartheid que Israel ha impuesto sobre el pueblo palestino desde 1948. Esa palabra -conflicto- sugiere simetría entre dos partes en disputa, cuando lo que realmente existe es un genocidio, una relación colonial, racializada y capitalista de poder. En esa estructura, el trabajador palestino no es sólo una víctima cotidiana de la ocupación, el apartheid y el asedio bélico: es también una fuerza de trabajo precarizada, sujeta a las dinámicas más brutales de explotación laboral impuestas por un régimen colonial que no oculta su carácter racista ni clasista.

El día a día de los pueblos de Palestina plantea con claridad este punto: los trabajadores palestinos, impedidos de desarrollar una economía autónoma por culpa del asedio israelí, se ven forzados a vender su fuerza de trabajo en las zonas industriales ilegales, en asentamientos, bajo patronos sionistas que los desprecian, los explotan y los descartan como mercancía barata.

Karl Marx escribió en “El Capital” que “la historia de toda sociedad hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases” y que, bajo el capitalismo, “el capital es trabajo muerto que, como un vampiro, sólo vive succionando trabajo vivo”[1]. ¿Y qué mejor ejemplo de esa figura vampírica que el régimen israelí, que absorbe la fuerza vital del obrero palestino para sostener su economía colonial?

Desde 1967, miles de trabajadores palestinos cruzan a diario los checkpoints del apartheid para laborar en condiciones inhumanas, sin derechos sindicales reales, sin seguridad, sin salario digno, sin protección legal efectiva. El capital israelí los necesita: son baratos, flexibles, y políticamente subordinados. Pero los odia: son árabes, son pobres, son símbolos vivientes de la nación que quieren desaparecer.

Lo que ocurre no es casualidad. Es parte de un diseño estructural, no muy diferente del que describía Frantz Fanon en “Los condenados de la tierra” al hablar de las colonias: “En los países colonizados el trabajo es despojado de toda dignidad, ya que sólo sirve a la economía del colonizador”[2]. En Palestina, el trabajador no sólo es explotado: es negado como sujeto político y nacional, reducido a engranaje sin rostro en la maquinaria sionista.

La acumulación capitalista siempre ha necesitado desposesión violenta. Marx lo llamó “acumulación originaria” y mostró cómo el capital inicial europeo nació del saqueo, el robo de tierras comunales, la esclavitud y la conquista de tierras lejanas, entre ellas, nuestramerica[3]. En el caso de Israel, esa acumulación continúa en presente: aldeas demolidas bajo bombardeos eternos, tierras confiscadas, economías locales destruidas, vidas precarizadas y finalmente exterminadas.

El apartheid no es un error del sistema: es el sistema. La separación territorial, la exclusión legal, el racismo institucional y la violencia militar se combinan con la lógica capitalista más brutal para producir un régimen donde los palestinos son descartables, una reserva de trabajo barato sin derechos. Como ha señalado Ilan Pappé, no sólo se destruyeron pueblos enteros en 1948: se construyó un modelo que convierte a los palestinos en “trabajadores desechables” para mantener la supremacía étnica y económica judía-israelí[4].

La llamada Autoridad Palestina no sólo ha fallado en proteger a los trabajadores palestinos: ha sido parte del problema. En lugar de defender sus derechos, administra el apartheid en nombre de Oslo, a cambio de privilegios para una elite. No impulsa sindicatos reales, no protege el trabajo palestino ni plantea una alternativa económica soberana. Como denunciaba Edward Said, el proyecto de Oslo no fue un proceso de paz, sino una “gestión colonial tercerizada”[5].

Hoy los trabajadores palestinos están atrapados: entre las bombas y las balas del ocupante y la indiferencia corrupta del poder autónomo. Organizarse en sindicatos independientes, rechazar el trabajo en los asentamientos ilegales, exigir justicia internacional: esas son formas incipientes de resistencia de clase. Pero sin una estrategia revolucionaria anticolonial, el futuro seguirá siendo prisión o miseria.

Algunos aún creen que puede haber “desarrollo económico” bajo ocupación. Que la paz vendrá con inversión extranjera, con turismo, con startups palestinas en Ramallah. Eso es autoengaño neoliberal. No habrá dignidad laboral bajo el apartheid. No habrá justicia social sin desmantelar el colonialismo.

Como bien afirmaba Fanon: “El trabajo del colonizado ha sido parasitado por siglos, y sólo la violencia revolucionaria puede romper ese ciclo de explotación”. Y esa violencia no significa sólo armas: significa organización, lucha ideológica, unidad popular y claridad de horizonte.

La causa palestina es también una causa proletaria. Cada obrero palestino que carga sacos de cemento en un asentamiento ilegal es un símbolo vivo de la contradicción entre trabajo y capital, entre pueblo y colonia. Y por eso, los internacionalistas no nos perdemos, nuestra lucha es con ellos y por ellos.

Decimos con fuerza: ni desarrollo sin soberanía, ni trabajo sin justicia, ni paz sin descolonización. Por una Palestina libre, laica, socialista y obrera. Del río al mar, el trabajo será digno o no será.

 

[1] Marx, Karl. El Capital. Crítica de la economía política, Tomo I. Moscú: Ediciones Progreso, 1980.
[2] Fanon, Frantz. Los condenados de la tierra. México: Fondo de Cultura Económica, 1963.
[3] Marx, Karl. El Capital, Capítulo 24: “La llamada acumulación originaria”.
[4] Pappé, Ilan. La limpieza étnica de Palestina. Madrid: Editorial Crítica, 2007.
[5] Said, Edward. La paz en proceso. Madrid: Debate, 2000.

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