Instrucciones para enfrentar al fascismo

No se trata de un debate de “ideas”, que se expresarían simplemente en el lenguaje de la amistad cívica y de un consenso que por todo lo dicho es absolutamente imposible; se trata de una intensa lucha política y de masas por la hegemonía cultural, por los valores que debieran inspirar a la sociedad a la que aspiramos todos quienes estamos dispuestos a enfrentar al fascismo.

Hernán González. Profesor. Valparaíso. 7/5/2025. Si hay algo en lo que prácticamente todos los sectores políticos que no son de derecha coinciden, es en el peligro que representa el fascismo hoy por hoy. Las demostraciones ya son demasiadas y demasiado evidentes como para seguir considerando a sus representantes como Milei, Bolsonaro o la dupla KK, simples radicales o fanáticos que perdieron la chaveta. Eso ya es un paso adelante. La idea de realizar una primaria lo más amplia posible en ese sentido se va abriendo paso, lo que también representa un avance.

La irrupción del fascismo, además, desordena a la derecha tradicional, de manera tal que deambula entre una más que sospechosa tolerancia con éste, la reivindicación de sus matices y una abierta renuncia a sus pasadas afirmaciones democráticas y de respeto por los derechos humanos -por falsas que fueran-. Chile Vamos se mueve entre la “motosierra” y la “podadora”, según las circunstancias, el cálculo electoral y los intereses en juego.

Las políticas impulsadas por el jefe internacional de esta banda, Donald Trump, desarman en pocas horas, además, sus antiguas creencias y principios doctrinarios sin que sus epígonos criollos acierten a articular una sola frase para comentarlas -así como el batallón de economistas liberales que cita El Mercurio diariamente- excepto para ver oportunidades en nimiedades que les permitan seguir sosteniéndolas mientras se caen a pedazos o decir “podría haber sido peor”.

Lo único que le queda es su odio por los pobres; su atávico miedo a las clases trabajadoras; a los excluidos y excluidas y su defensa del repertorio de valores más anacrónico posible, que son lo único que sostiene su posición de dominio en nuestras sociedades actualmente a falta de doctrina, propuestas y acciones consistentes. Trump mismo es un ejemplo suficientemente elocuente al respecto.

El fascismo es, pues, no una anomalía del sistema democrático ni una amenaza que proviene del exterior, sino el resultado del neoliberalismo, su última trinchera, el único argumento que le queda para sostenerse. En este sentido, el desconcierto que a muchos aqueja en la hora actual no es otra cosa que una manifestación de la naturalidad con la que los principios del neoliberalismo fueron asumidos en el pasado: la privatización, la apertura comercial, la desregulación de los mercados y la flexibilización del trabajo.

No se puede combatir al fascismo, entonces, sin oponerle al repertorio de reproducciones remasterizadas del neoliberalismo que propone, incluida su obsesión por el control y la seguridad, una alternativa que salga de los bordes que éste implantó en los últimos treinta años, y que por cierto excluyen los derechos de los trabajadores a la negociación colectiva y a una huelga efectiva. También la posibilidad de que la sociedad asuma la organización racional de las vidas de los seres humanos y sus relaciones con la naturaleza, entregadas a la supuesta “mano invisible” del mercado. Los derechos humanos de migrantes, pueblos indígenas, mujeres y disidencias sexogenéricas (primeras víctimas sacrificiales del fascismo según lo han declarado y demostrado prácticamente en todos los países en los que ha llegado al poder).

Por cierto, no se trata de un debate de “ideas”, que se expresarían simplemente en el lenguaje de la amistad cívica y de un consenso que por todo lo dicho es absolutamente imposible; se trata de una intensa lucha política y de masas por la hegemonía cultural, por los valores que debieran inspirar a la sociedad a la que aspiramos todos quienes estamos dispuestos a enfrentar al fascismo.

El rol del sindicalismo, del movimiento social y los partidos democráticos es precisamente señalar esta inconsistencia de la derecha y movilizar a la sociedad en función de detener esta oleada fascista y llenar de contenido concreto esa oposición -no de valores abstractos de una dudosa moralidad que lo mismo dan para declararse antifascista que para oponerse al derecho a huelga-. Restarse en la hora actual de esta lucha política y social puede significar la desaparición de históricos referentes del progresismo y por el contrario, asumirla como el desafío principal de la coyuntura, una oportunidad para empezar a construir el movimiento popular que en el siglo XXI pueda volver a abrir las grandes alamedas.

 

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