La ambivalente Emilia Pérez

Una película a contracorriente en sus formas, ingeniosa, cautivadora, bañada de sabroso frenesí y de fruitivo desenfado en su puesta.
Julio Martínez Molina. Periodista. “Granma”. La Habana. 2/2025. Se estrena en Cuba Emilia Pérez (Jacques Audiard, 2024), el filme-polémica de estos meses; una cinta sobre la cual derraman océanos de tinta, por lo general en una cuerda exaltada y polarizada.
Buena parte de los espectadores mundiales la apreció al calor de los debates extracinematográficos suscitados, cuya leña atizaran las lamentables reacciones de parte de su equipo a las censuras al filme.
Aunque sea difícil hacerlo, sobre todo hoy día, sería preferible verla con la mente virgen, despojados del exceso de información y referencias vertidos desde polos opuestos. O al menos no tener demasiado en cuenta ese barraje. Quien lo logre, descubrirá una película a contracorriente en sus formas, ingeniosa, cautivadora, bañada de sabroso frenesí y de fruitivo desenfado en su puesta.
La cinta integra ese ínfimo segmento del séptimo arte actual que reniega -reinventándose, y mediante las armas sin comparación de la osadía, la frescura, la inventiva y la libertad- del anquilosamiento al que lo condujeron el algoritmo de las plataformas y la fórmula hollywoodense.
Para comprenderla dentro de tal contexto, deben verse, además, filmes tan ricamente libres como La bestia (Bertrand Bonnello, 2023), Dream Scenario (Kristoffer Borgli, 2023), Los delincuentes (Rodrigo Moreno, 2023), Megalópolis (Francis Ford Coppola, 2024), El Jockey (Luis Ortega, 2024), El fin (Joshua Oppenheimer, 2024), Rumores (Guy Maddin, 2024), Aquí (Robert Zemeckis, 2024), La sustancia (Coralie Fargeat, 2024) o Atrapado por las mareas (Jia Zhang–ke, 2024).
No creo que, intencionalmente, Audiard se haya propuesto humillar a nadie. En tanto autor esponja que es, lo que ha hecho es recoger e incorporar -eso sí, de manera festinada y occidencentrista- varios de los temas acuciantes del diálogo global de la actualidad, dentro de un relato que combina un subgénero tan del presente como el narco, recortado contra el fondo eterno del musical y del melodrama.
Al colisionar sistemas expresivos antónimos, se registran insospechadas sinergias estilísticas, cuya heterodoxia se aviene con una forma muy singular de asumir su puesta en pantalla, con su feracidad imaginativa e imperturbable sentido lúdico. Así, todo el tejido conectivo del filme se impregna de creatividad, dinamismo y gozo.
Pese a que Audiard asuma su relato de la transición de género del personaje del narcotraficante, no desde un modo grave o solemne, sino más bien juguetón, distanciado, no estrictamente verista (y que la cinta sea más de formas que de argumento), resulta imposible obviar la supina ingenuidad ideológica de algunos de sus pasajes e imágenes.
Estos delatan ausencia de contextualización y de sensibilidad real con la estela luctuosa del narcotráfico; al tiempo que advierten de un marcado oportunismo de temas y misandria (cuando el narco es hombre es maligno; de mujer, muy bueno: algo pueril).
Es contradictorio, igual, que en el reparto de un filme alzado por las grandes actuaciones de la actriz transgénero Karla Sofía Gascón y Zoe Saldaña, un director de la experiencia del francés no sepa conducir bien a Selena Gómez. Ella funciona en la serie Solo asesinatos en el edificio; pero aquí -puro titubeo- no halla registro.
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