La victoria de Trump y el futuro de la izquierda
“Si la izquierda brasileña no baja a Paulo Freire de los libreros, reinaugura equipos y escuelas de educación popular, capacita a militantes para que trabajen junto a las clases populares, asume la ética como un principio innegociable y cambia el proyecto de poder por el proyecto de Brasil, sufrirá en 2026 su peor derrota desde el fin de la dictadura en 1985”, afirmó Carlos Alberto Libanio Christo, más conocido como Frei Betto, un fraile dominico y destacado exponente de la teología de liberación Latinoamericana. Internacionalmente es reconocido por sus obras literarias y periodísticas, entre ellas el libro “Fidel y la Religión”. En las últimas décadas, Frei Betto (de 80 años), ha participado activamente en la vida política de Brasil, siendo asesor de movimientos sociales, de comunidades eclesiales de base, del Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra y del programa “Hambre Cero”. Asimismo, asesoró al gobierno cubano en el programa “Soberanía Alimentaria y Educación Social”.
Frei Betto. Fraile dominico, escritor y activista social brasileño. Cuba Debate. La Habana. 11/2024. Como se solía decir a la luz de las categorías marxistas, cambió la correlación de fuerzas. Después de la Segunda Gran Guerra, el avance de la Unión Soviética y el triunfo de la Revolución China (1948), en el mundo se estableció un equilibrio pendular que se conoció con el nombre de Guerra Fría.
Los países capitalistas metropolitanos, en especial los de Europa Occidental, adoptaron políticas socialdemócratas que beneficiaban a la clase trabajadora. El objetivo del Estado de bienestar social era evitar ser atraídos por la agenda comunista. La elite entregó los anillos para no perder los dedos.
Antonio Candido decía que la mayor conquista del socialismo no había tenido lugar en los países que lo adoptaron, sino en Europa Occidental que, por temerlo, concedió derechos a los trabajadores. Derribado el Muro de Berlín (1989), los derechos también se vinieron abajo.
Como Hitler y Mussolini encarnaban lo que se consideraba la derecha, asumirse como tal era tenido por políticamente incorrecto. En Brasil, después de la redemocratización (1985), en la polarización partidaria, el PT (Partido de los Trabajadores) representaba la izquierda y el PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña) la derecha, aun cuando las siglas del partido eran las de la socialdemocracia.
Disuelta la Unión Soviética (sin que se disparara ni un tiro) y derribado el Muro de Berlín, la derecha decidió “salir del closet”. Hoy la polarización ideológica no es la existente entre izquierda y derecha, sino entre derecha y extrema derecha, como ejemplifican Kamala y Trump. En nuestro país, ante el avance de la extrema derecha, buena parte de la derecha trata de disfrazarse de “centro”. Es el caso del PDT (Partido Democrático Laborista), el MDB (Movimiento Democrático Brasileño) y otros, que no abogan por una sociedad poscapitalista.
La elección de Trump es la cereza que faltaba en el pastel del ascenso de la derecha en el mundo. Sin duda, anabolizará a la extrema derecha en Brasil. La diferencia entre la derecha y la extrema derecha consiste en que la primera respeta las reglas de la democracia burguesa; la segunda las ignora y adopta medidas autocráticas. El tema ha sido exhaustivamente tratado por autores como Roger Eatwell, Matthew Goodwin y Cas Mudde.
¿Cómo quedan los partidos progresistas como el PT, el PSOL (Partido Socialismo y Libertad), el PCdB (Partido Comunista de Brasil), la UP (partido Unidad Popular) y otros? Tal como andan las cosas (la elección de Trump y el resultado de las elecciones municipales en Brasil) difícilmente alcanzarán un número significativo de votos en las elecciones de 2026.
El próximo Congreso, que se elegirá ese año, será tanto o más conservador que el actual. ¿Cómo se garantiza ese resultado? Con el presupuesto secreto, ahora apodado enmiendas parlamentarias. Ningún cacique municipal o estadual correrá el riesgo de perder ese caramelito en la próxima legislatura federal. ¿Quién va a querer renunciar a una cornucopia de la que chorrean cada año miles de millones de reales que se embolsan los 81 senadores y los 513 diputados federales’
¿Qué alternativas tienen la izquierda y los partidos progresistas? Uno de los desafíos es el de lidiar política y profesionalmente con las redes digitales. No se puede depender de iniciativas personales o grupales. Si un partido quiere emitir mensajes (análisis de coyuntura, datos del gobierno progresista, desmentidos a las noticias falsas de la derecha, etc.) tiene que contar con profesionales especializados en medios digitales e identificados políticamente con las propuestas de la izquierda. No debe repetir el error de ciertas campañas electorales de candidatos de izquierda cuyos especialistas en marketing son de derecha… Hay que contar con equipos que se releven cada ocho horas para actuar las 24 horas de domingo a domingo. Y los contenidos emitidos deben tener un lenguaje popular y un fuerte impacto visual.
¿Qué llevó a Lula tres veces a la presidencia de la República? No fueron la pericia de los especialistas de marketing ni las alianzas partidarias, sino el trabajo de base, de educación política, que acumuló en torno a él un abultado capital electoral. Fue un trabajo desarrollado en todo Brasil a partir de la década de 1970 por las comunidades de base de las Iglesias cristianas, los movimientos populares, el sindicalismo combativo, la militancia remanente de la lucha contra la dictadura. Un trabajo conducido con la pedagogía de Paulo Freire.
¿Por qué votaron por Trump las clases populares de los Estados Unidos? ¿Por qué hay “pobres de derecha”? ¿Por qué en Brasil solo la derecha logra organizar manifestaciones con un número significativo de participantes?
Tomemos el ejemplo de doña María. Trabaja de sirvienta y se sentía excluida, oprimida, condenada a la invisibilidad. Ansiaba, como es natural, salir de ese círculo infernal. Soñaba, como todo ser humano, con ser socialmente reconocida y respetada. No le bastaba con tener un nombre, documentos de identidad y un trabajo para garantizar malamente la sobrevivencia propia y la de sus dos hijos. Deseaba “algo más” que le brindara identidad social, fueran bienes materiales (vivienda, escuela para los hijos, mayores ingresos) o bienes simbólicos (cultura, calificación profesional, perfeccionamiento de sus dotes artísticas).
María se sentía humillada por la ardua jornada diaria. Abandonada por el marido, buscaba conciliar su trabajo de sirvienta con el cuidado de sus hijos. Además de trabajar mucho, se pasaba varias horas al día en el transporte colectivo y se sabía socialmente invisible. Su hijo adolescente quería al menos unos tenis de marca para ser socialmente reconocido. Los sueños de consumo podían hacerlo vulneraba a los tentáculos de la delincuencia.
Todo cambió el día que María ingresó en una comunidad religiosa que la trata de “hermana”, se interesa por su vida, la ayuda a superar dificultades. Para consolidar ese reconocimiento, abrazó la ideología de la comunidad. El pastor o el cura la convenció de que su sociedad –capitalista– le ofrece oportunidades a todos, basta con abandonar los vicios. Por tanto, dejó de gastar su menguado salario en apuestas y cigarros. Ahora considera a las familias acomodadas en cuyas casas trabaja bendecidas por Dios gracias a la prosperidad alcanzada. Aunque sigan considerándola una “doña nadie”, María aprendió en la Iglesia que Dios la ama como a una hija y eso alimenta su autoestima.
Aunque el gobierno le dé a María una casa propia gracias al programa “Mi casa, mi vida” y una entrada adicional mediante la Bolsa Familia, y aunque sus hijos tengan escuela y empleo, María no dará el salto epistémico de la ideología de derecha a la de izquierda.
Todos los medios que rodean a María (la cultura que respira, las familias que la contratan, la televisión, la radio, las redes digitales en su celular) la han inoculado con la naturalización del sistema capitalista. Como señala el sociólogo estadounidense Seymour Martin Lipset en su obra Political Man, María admira a las personas ricas y poderosas, y vota por políticos que prometen combatir la politiquería y la corrupción y tratar con mano de hierro a los delincuentes y los traficantes de droga.
María solo dará el salto epistémico si participa en una comunidad que la convenza de que Dios no creó el mundo para que la humanidad se dividiera en pobres y ricos, ni para que existiera una sociedad donde unos pocos se embolsan mucho y muchos claman por un plato de comida. O si se suma a un movimiento popular que, además de organización para adquirir una casa propia o un área en el campo en la que pueda producir, le ofrezca una educación política que le permita entender las causas de las desigualdades sociales, la delincuencia, la dependencia de las drogas.
En la cabeza de María, hombres como Trump o Bolsonaro merecen su admiración, porque son duros con la delincuencia y por esos los “llorones” los acusan injustamente de toda suerte de mentiras. María no sueña con tener la vida de las señoras para las que trabaja. Sueña con andar por las calles sin miedo a que le roben la cartera o el celular, con ver a sus hijos empleados, con que en su barrio haya alcantarillado y calles asfaltadas.
Jamás ha imaginado que, si en la sociedad hubiera menos ricos, también habría menos pobres. Nunca tuvo oportunidad de recibir educación política. Por eso, vota confiada en la derecha, como votaron mayoritariamente los electores estadounidenses por Trump, convencidos de que hará que la rueda de la historia gire en sentido contrario y el sueño americano se haga realidad para todos.
Si la izquierda brasileña no baja a Paulo Freire de los libreros, reinaugura equipos y escuelas de educación popular, capacita a militantes para que trabajen junto a las clases populares, asume la ética como un principio innegociable y cambia el proyecto de poder por el proyecto de Brasil, sufrirá en 2026 su peor derrota desde el fin de la dictadura en 1985
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