Derecha chilena al estilo Trump
Su actitud agresiva y obstruccionista frente a la agenda legislativa del Gobierno; sus ataques permanentes al Presidente Boric y al gabinete; su anticomunismo antediluviano; su retórica facilona frente a la delincuencia y sus recetas cavernarias para enfrentarla, no son más que demostraciones de su indigencia intelectual, su ausencia de propuestas pero también su audacia y la convicción con la que han decidido hacerse cargo de la defensa del modelo neoliberal y lo que pueda salvarse de la Constitución pinochetista, enchulada tras el acuerdo Lagos/Longueira.
Hernán González. Valparaíso. 19/4/2023. La derecha chilena está corriendo hace rato el cerco de lo tolerable desde el punto de vista de una sociedad democrática e, incluso, más allá del mezquino pacto que hizo con la Concertación hará poco más de treinta años.
Eso porque dicho pacto, y en buenas cuentas la democracia como marco de la sociedad para resolver los asuntos políticos, se le empezó a hacer estrecho. En efecto, sus clásicas recetas de ajuste basadas en los bajos salarios, la privatización de los servicios públicos, la desregulación de los mercados y el Estado mínimo, ya no son posibles dentro de el sin provocar la protesta social, el estallido, para terminar poniendo en riesgo incluso su propia estabilidad.
Como lo hizo Trump en los Estados Unidos durante su administración, la política de la derecha consiste en sobrepasarlos y esperar a ver la respuesta, para seguir luego sobrepasándolos. En este arriesgado juego, se fagocita a sí misma, con tal de cumplir con su mandato y rol histórico. Es como asistir al parto de una nueva derecha, cada vez más reaccionaria, charlatanesca y agresiva.
Las lloronas de la transición, todavía no lo aceptan o se niegan a admitirlo, como los amarillos, los demócratas y otros cuantos. Pero, en los hechos, la derecha cada vez que puede defiende a troche y moche el Estado subsidiario y el neoliberalismo ultrafundamentalista. Hacen algunas piruetas retóricas para sostener la posibilidad de compatibilizar el Estado social y de derechos -uno de los famosos bordes del proceso constituyente acordado por los partidos para darle continuidad- con su utopía de un mercado que se regula solo y en el que los individuos son como almas puras que no comparten nada como no sea el que, circunstancialmente, viven unos al lado de otros como si fueran un montón.
Su actitud agresiva y obstruccionista frente a la agenda legislativa del Gobierno; sus ataques permanentes al Presidente Boric y al gabinete; su anticomunismo antediluviano; su retórica facilona frente a la delincuencia y sus recetas cavernarias para enfrentarla, no son más que demostraciones de su indigencia intelectual, su ausencia de propuestas pero también su audacia y la convicción con la que han decidido hacerse cargo de la defensa del modelo neoliberal y lo que pueda salvarse de la Constitución pinochetista, enchulada tras el acuerdo Lagos/Longueira.
Esta táctica derechista de provocar, atacar, mentir y negar el progreso y la razón, seguida al pie de la letra por algunos epígonos tercermunistas de esperpentos de barbarie como Fratelli d’Italia, Vox, y Trump, no tiene más destino que el de la violencia social. Su imposibilidad, de hecho, de organizar la vida política sobre bases objetivas, racionales y humanas, no les dejan más alternativa que la acción violenta y la provocación, como en el asalto al Capitolio o la asonada de Brasilia.
No se trata simplemente de un desbordamiento de las instituciones o un menosprecio de la derecha por ellas. La característica más conspicua de la embestida actual de la derecha, es su apelación a las emociones; el temor; y la superchería, como fundamento último de un discurso pseudo racional para el que todo es más o menos lo mismo y las diferencias políticas no más que diferencias de «opinión». De ahí que personajes tan bizarros como los que pueblan nuestra televisión abierta, puedan espetar toda clase de estupideces, sin que la sociedad se escandalice y las tolere con una indiferencia escalofriante.
De ahí a la justificación del genocidio no hay mucho trecho.
Una sociedad bombardeada periódicamente por la televisión chatarra; redes sociales en que la mentira y la calumnia se esparcen con una rapidez insólita y difícilmente contrarrestable sin darle todavía más difusión; en la que el sistema escolar se basa en una noción del aprendizaje que es el adiestramiento en fórmulas y tautologías repetidas luego por los y las estudiantes como loros en las pruebas estandarizas, está cada vez más preparada para una solución de tipo reaccionario a la encrucijada en la que se encuentra.
La elección de consejeros constitucionales será el primer obstáculo que deberá salvar. Las reglas acordadas por los partidos no son muy favorables que digamos para los sectores del campo social y popular. Pero esto es lucha de clases; quejarse de estar en una posición desventajosa cuando precisamente se lucha para dejar de estarlo, es una excusa. Luego, el debate del Consejo Constitucional en el que los bordes no son interpretables más que como expresión de la correlación de fuerzas social que se disputa todavía, después de la goleada del 4 de septiembre, será una prueba para todos quienes se opusieron en el pasado a la Constitución del 80 y en el plebiscito del 4 de septiembre votaron apruebo.
Personajes tan oportunistas como Pepe Auth todavía apuestan a un renacimiento de la democracia de los acuerdos en su interior sin siquiera pronunciarse acerca del contenido de la discusión pero son cada vez menos y más freaky.
Es el momento de plantearse en serio el problema. La defensa de la democracia hoy por hoy pasa no tanto por la defensa de las instituciones sino de los valores democráticos. La derecha va a hacer lo que ha hecho siempre. Defender los privilegios; escamotear las posibilidades de desarrollo que el país tiene hoy en día si es que se cambia la Constitución para otorgarle al Estado un rol más activo en la provisión de servicios; la explotación y utilización de nuestras riquezas naturales, especialmente mineras; en la regulación de los mercados. La izquierda y los sectores democráticos y progresistas, cambiar las instituciones para ponerlas al servicio de todos y todas.