HABLEMOS DE LA TELE. EE.UU: dolores ajenos
La televisión chilena cubrió las actividades del gobierno republicano con sesgos de curiosidad, novedad y también con simpatía por su “audacia” y no poco beneplácito ante expresiones ultraderechistas, neonazis, de supremacistas blancos y otras que tomaron fuerza especialmente en estos últimos cuatro años.
José Luis Córdova. Periodista. 20/01/2021. Ha resultado curioso -por decir lo menos- la flagrante actitud de lectores de noticias, conductores, animadores y panelistas de programas informativos y políticos ante los luctuosos sucesos acaecidos en Estados Unidos. Es probable que la llegada de Joe Biden apacigue los nervios ante las arremetidas de Donald Trump.
Se sabe que algunos de los rostros de nuestra alicaída televisión son admiradores incondicionales, incluso egresados de estudios en el país del norte pero, un mínimo de imparcialidad debería orientarlos a no expresar tan evidentemente su dolor por la crisis social, política y moral que vive ese país.
Desde la elección del magnate inmobiliario y especulador financiero Donald Trump -que ganó gracias a la cantidad de electores, porque perdió con el voto popular contra Hillary Clinton- la “democracia” norteamericana mostró su peor cara y casi le cuesta el puesto al demócrata Biden frente a los republicados ultra radicalizados.
La televisión chilena cubrió las actividades del gobierno republicano con sesgos de curiosidad, novedad y también con simpatía por su “audacia” y no poco beneplácito ante expresiones ultraderechistas, neonazis, de supremacistas blancos y otras que tomaron fuerza especialmente en estos últimos cuatro años.
Personajes como Fernando Paulsen, Mónica Rincón, Matías del Río, Macarena Pizarro, Iván Núñez, Constanza Santa María no ocultaron su creciente desazón ante las actitudes y acciones del presidente de los EE.UU que, sin embargo, no se atrevieron a cuestionar ni menos a condenar.
“Expertos” internacionalistas como Carlos Zárate -y otras caras nuevas en la materia- comenzaron a manifestar extrañeza en los últimos meses y, en vísperas del “asalto” al Capitolio del miércoles 6 de enero (simbólicamente el “Día de Reyes”), ni siquiera avizoraron el nivel de violencia que alcanzaría la turba de blancos chovinistas enfurecidos de los “Proud boys”, “Yellow Stones” y “QAnon”, protegidos de Trump, de la “Asociación Nacional del Rifle” y del Ku Klux Klan.
Recién entonces en la televisión chilena aparecieron algunas voces cuerdas cuestionando la “democracia” norteamericana. El sistema electoral indirecto, la Constitución inamovible desde la fundación del país, la historia de Enmiendas y de juicios políticos a mandatarios (apenas se recuerdan los casos de Nixon, Clinton y ahora Trump) pusieron en duda la eficacia de la política bipartidista en los EE.UU.
Históricamente en Chile no se ha diferenciado demasiado a demócratas de republicanos en los EEUU pero, la cuestión racial, la crisis del sistema de salud, la emigración y otros graves problemas sociales ha polarizado sus posiciones y -mal que pese a los admiradores del “gran país del norte”- o también citado como “la democracia más perfecta del mundo”, ha azuzado la organización y actividades de ultra derecha, violentistas y supremacistas bajo el alero de Trump.
Es tarde para llorar sobre la leche derramada, nuestros elogios al “gran país del norte” fueron superados por los porfiados hechos. El pensamiento crítico tiene que alcanzar también a las llamadas “grandes potencias de Occidente”.
Habrá que estar atentos sobre la nueva administración republicana de Joe Biden y su comportamiento ante principios como la no intervención y la autodeterminación de los pueblos, el necesario fin del bloqueo a Cuba, Venezuela e Irán, como la eliminación del muro en la frontera mexicana. Hoy tenemos un mundo nuevo que requiere no solo nuevas instituciones, pactos sociales diferentes, sino por sobre todo un sistema medial y el derecho a la comunicación más abierto e imparcial como no hemos tenido nunca en nuestro planeta.
El desafío social y político es inmenso y no bastan las frases hechas, el reconocimiento del pasado que no perdona y la necesidad indispensable de cambiar el “switch” -como se dice ahora- para conformar sociedades más equitativas, justas y solidarias. Estados Unidos, con total seguridad, no es un ejemplo a seguir. Otra lección para nuestros medios de comunicación y la televisión en particular que llora dolores ajenos y nunca los propios.