“Cada vez que me hablan de perdón, la rabia me toma”

“Pienso cómo me gustaría perdonar genuinamente a tantos que nos causaron tanto daño, pero no puedo”.

Carmen Gloria Quintana. 12/2020. Cada vez que me hablan de perdón, la rabia me toma. Sí, la rabia, pues cómo me gustaría perdonar genuinamente a tantos que nos causaron tanto daño. Pero no puedo, a pesar de que fui educada en la doctrina de la iglesia católica y no soy mala persona, ni estoy llena de rencor ni de anhelos de venganza, como algunos tratan de estigmatizar a los que fuimos víctimas de la dictadura cívico militar chilena. Es más, soy una mujer, esposa, madre de 3 hijas  y profesional, que a pesar de todo esto, contenta de estar viva.

Hago un poco de memoria para entender mi proceso personal y social hacia la reconciliación que todos deseamos. A los 5 años de edad  sin darme cuenta el Estado ya no me cuidaba, pues se había instalado un dictador por la fuerza de las armas derrocando al Presidente Constitucional Salvador Allende. Aprendí que no debía hablar en el colegio, a no confiar, hay sapos en todas partes-me decían mis padres. Ya el Estado no estaba para proteger, ni cuidar, ni  brindar justicia a sus ciudadanos. Había que callar, callar la impotencia de crecer con la censura, con asesinatos de opositores al gobierno, sufrir allanamientos en las poblaciones como Nogales donde yo vivía, callar extraños enfrentamientos que encubrían masacres, presos políticos, torturados y mucha gente saliendo al exilio. Todos opositores a Pinochet. Esto es lo que los tratados internacionales llaman genocidio o crímenes contra la humanidad. Cuando es el Estado, que usando la fuerza de las armas arremete contra sus propios ciudadanos sea por pensar distinto, por raza o creencia.

A los 18 años de edad, siendo estudiante de la USACH, fui golpeada, rociada con bencina y quemada viva por militares chilenos, a plena luz del día en una jornada de paro nacional. Mi compañero en esos momentos, Rodrigo Rojas, no sobrevivió. Yo resulté con el 65% de mi cuerpo quemado y deformado de por vida.

Tuve que iniciar un camino de reconstrucción personal, donde lo más difícil fue tratar de entender cómo el Estado a través de sus agentes fue capaz de quemar dos personas vivas en pleno siglo XX. Personalmente era incapaz de asimilarlo y esto se me hacía explícito cada vez que  un niño me preguntaba ¿qué le pasó señora? Y mi repuesta era tan dolorosa para mí, como para el niño que la escuchaba. Entonces muchas veces cambiaba de tema.

Me tuve que someter a más de 40 operaciones con anestesia total, muchas terapias de rehabilitación física interminables, psicoterapias psicológicas para aceptar mi cuerpo dañado y tratar de perdonarme a mí misma por salir ese día 02 de julio a protestar por un Chile para todos y exponerme al riesgo con los resultados que tuve. También perdonar mi sentimiento de culpa de haber causado tanto dolor a toda mi familia. ¡Me sentía culpable por protestar! Me costó entender en mi terapia, que es el Estado el responsable de los crímenes de DDHH, que nadie debe ser sometido a ningún trato inhumano por oponerse o pensar distinto. Tengo que perdonar a muchos que en la época decían “en algo habrá andado” ¡como si protestar fuera un crimen! ¿Cuánto nos deben ellos a los que fuimos jóvenes de los 80 que salimos en masa a protestar por el fin de la dictadura, para que tengan los espacios de libertad que hoy gozan?

Tengo que perdonar porqué me vi obligada a salir del país, a Canadá, para continuar mi recuperación médica en un hospital que ofrecía el tratamiento para grandes quemados, sin costo alguno y Canadá ofrecía asilo a toda mi familia que éramos 8. Salimos al exilio, enfrentados al desarraigo, a otra cultura, a otra lengua y a otras costumbres. ¡Uff no fue fácil!! Hoy unos estamos en Canadá, otros en Chile, nuestra familia nunca más volvió a estar toda junta. Mis padres anhelan pasar una Navidad junto a sus 6 hijos y 16 nietos antes de morir.

Debo perdonar a los tribunales, pues debí declarar en los tribunales militares infinitas veces, por largas horas. Esos mismos tribunales que incomunicaron en prisión a los testigos claves, entre ellos a mi hermana. Esos tribunales cómplices de los asesinos que se hicieron parte de la versión de los militares, donde me acusaban a mí misma de haber causado el fuego que produjo la muerte de Rodrigo y mis lesiones y que por razones humanitarias no se querellaban en mi contra. Tribunales de justicia que en mi caso por 30 años han denegado la verdad y la justicia. Tribunales en que la impunidad era sinónimo de Justicia. Y vuelta a revivir todo nuevamente hace un año, cuando un militar que integraba la patrulla que nos quemó no soporto más y develó la verdad, ratificando mis dichos y además develó los pactos de silencio que existen hasta el día de hoy al interior de las FFAA.

Debo perdonar al Banco de Chile por despedir a mi marido por casarse conmigo en el año 1993.

Debo perdonar a Enrique Correa cuando al inicio de la transición, me dice en mi cara, que me olvide, que solo habrá justicia en los casos “emblemáticos”. Perdonar cuando me entero que fui engañada por la Comisión de Prisión Política y Tortura o Comisión Valech que nunca me informó, que ¡pesaría un secreto sobre las declaraciones allí consignadas! Todo esto es descrito  en psicología y se llama  retraumatizar a la víctima!! Pero esto no ha sido todo.
Muchos en Chile no se enteran de la diferencia entre un crimen o delito común y un crimen contra la humanidad, la humanidad es el bien que se protege en este último. El ministro de Justicia considera conveniente legislar en orden a otorgar beneficios a delincuentes condenados, que han atentado contra los DDHH. Delincuentes que para estar privados de libertad hubo que hacerles una cárcel especial, para que aceptaran ir presos. En circunstancias que en Chile solo un porcentaje mínimo de victimarios cumple pena efectiva. Muchos cumplen penas extracarcelarias. ¿Cómo es posible que se piense en perdonar a criminales contra la humanidad que nunca se han arrepentido? Ni hablar de colaboración activa con la entrega de información sobre los crímenes cometidos por ellos. No resulta entendible cuando el ministro de Defensa les pide información a través de su ex-juez encargado de solicitarla y ¡no hay colaboración alguna! o  la que envían es inconsistente, es más bien una burla. ¿En una institución como las FF.AA. jerárquica no hay información? Se ríen en nuestra cara.

Consideración se debería tener con los familiares de detenidos desaparecidos que son revictimizados por la impunidad biológica. Mueren sin saber la verdad del destino de sus esposos, hijos o hermanos. En una larga agonía de lucha y búsqueda de la verdad.

¿Por qué los gobiernos no han exigido la entrega de toda la información? No se entiende que las FF.AA., que deberían estar subordinadas al poder civil, en la práctica hacen lo que quieren.  Incluso se malgastan la plata de todos los chilenos.

Tengo que perdonarme por tratar de reconstruir mi vida después de todo y por no luchar todos los días por la verdad, la justicia. Porque las agrupaciones de familiares y ex presos políticos han quedado solos por muchos años en esta lucha. Son ellas y ellos las que han tenido el tema en la palestra y han obtenido los pocos logros que hemos tenido en verdad y justicia.
Cada vez que me hablan de perdón pienso cómo me gustaría perdonar genuinamente a tantos que nos causaron tanto daño, pero no puedo.

Hay valores que no son transables, nos interesa como sociedad que una tragedia así nunca más vuelva a suceder. Por ello, antes de pensar en perdonar, los victimarios deben hacerse responsables de sus actos, de sus omisiones, arrepentirse genuinamente del daño causado. Entregar información de manera activa de manera de comenzar a reparar el daño. Debemos como sociedad establecer la verdad completa y toda la justicia, nada más y nada menos. Aunque esto implique que las penas sean efectivas de acuerdo a los estándares internacionales de respeto a los DD. HH.  Para vivir en un país donde todos podamos ejercer nuestros derechos y obligaciones por igual, donde la Justicia no sea sólo una palabra, donde cada cual tenga lo que le corresponde, con el objeto de restaurar el orden social. Solo así habrá reconciliación.

Porque el perdón es cuestión individual, de cada persona que vivió el daño. A mí no me lo pidan, mientras no se cumplan requisitos mínimos como sociedad. Y pueda descansar pensando que el Chile que le entreguemos a las futuras generaciones nunca más vivirá el horror de una dictadura.