Pensar un proyecto post-neoliberal más allá de las elecciones

Jorge Ramírez, presidente de Comunes, fija mirada en el período. “Se hace necesario desbordar al Frente Amplio para construir la cancha donde se jugará el partido del siglo XXI”.

Jorge Ramírez. Presidente Partido Comunes. 06/12/2020. En un año Chile vivirá una cantidad considerable de procesos electorales, todos de diferentes características, todos decisivos para interpretar el comportamiento de la gente post-revuelta e ir dando forma a los bloques que podrán agrupar las distintas identidades existentes en la sociedad chilena actual y que, evidentemente, no han encontrado una expresión clara en los partidos tradicionales de la transición, pero tampoco en los partidos nuevos que debieron tensionar un escenario más allá del “binominal”. Ninguno de los partidos fue suficiente a la hora de superar el modelo político que la ciudadanía impugnó el 18 de octubre de 2019 por la vía de la protesta y poco más de un año después mediante el plebiscito por una nueva Constitución. 

Es fundamental no sacar cuentas apresuradas de estos procesos electorales. Los tiempos convulsos que vivimos debiesen también llevarnos a mirar más allá de las instituciones tradicionales a la hora de pensar el momento y trazar una hoja de ruta, porque si bien vivimos un acontecimiento totalmente nuevo, está siendo procesado, en parte,  por instituciones profundamente anacrónicas. De allí que nos resulte coherente plantear la idea de abandonar la estructura del partido político como estructura pétrea y cerrada para pasar a plantear la construcción de un partido-movimiento que esté en sintonía con el desborde institucional que la misma ciudadanía ha protagonizado. Partidos territorializados y en sintonía con los movimientos del campo popular, a contrapelo de las maquinarias aisladas de las luchas sociales y enfrascadas en disputas intestinas de baja intensidad ideológica. 

Así las cosas, se vuelve necesario pensar un proyecto post-neoliberal más allá de las elecciones, que se inscriba en lo que denominamos la batalla cultural. Esa disputa por la hegemonía y, en definitiva, por el sentido común de la sociedad, está hoy más viva que nunca y no han sido los partidos, sino la misma gente la que ha pateado el tablero del establishment y ha señalado con dureza a una casta que durante décadas administró, pero no transformó, el país que heredamos de la dictadura. El pacto social de la transición no cumplió con las expectativas de la ciudadanía y la deuda de democracia, justicia y dignidad comenzó a erosionarse por abajo y por arriba, marcando una clara frontera ineludible desde el 18 de octubre. 

Es importante indicar que esta disputa no se da en la clave tradicional izquierda-derecha, no porque haya dejado de existir ese conjunto simbólico y metafórico de ideas, horizontes y causas comunes que agrupan a la sociedad en uno u otro bando, sino porque esa dicotomía está hoy atravesada por un complejo entramado de demandas insatisfechas e investiduras simbólicas que no caben exclusivamente en ese eje. A modo de ejemplo: la revuelta no se hizo por izquierda contra la derecha, se hizo desde abajo contra los de arriba, por un pueblo que se está construyendo como tal contra una élite que es responsable de 30 años de administración y profundización del modelo neoliberal. A mayor abundamiento: perfectamente podemos identificar en el neoliberalismo chileno a partidos que se denominan de  izquierda o a una izquierda  elitista que es tan responsable de los 30 años, como de construir una sociedad de privilegios. 

Para quienes nos convoca la idea de una izquierda nueva con voluntad popular, las re-agrupaciones políticas deben responder inequívocamente a las posiciones del campo popular, a saber: posiciones superadoras del modelo neoliberal, feministas, radicalmente democráticas y populares.  

Hoy tenemos un gran desafío por delante: la unidad de las mayorías populares. El acuerdo entre Chile Digno y el Frente Amplio para llevar candidaturas únicas en los Gobiernos Regionales, en algunas regiones del país, es un gran paso en ese sentido, pero no es suficiente. Tenemos que hacerlo extensivo a todas las regiones y comunas del país y ampliar lo más posible esta unidad para que también tengan cabida los independientes y las organizaciones sociales. La reciente reunión entre el Alcalde Daniel Jadue y la ganadora de las primarias del Frente Amplio para la Gobernación Regional, Karina Oliva,  donde coincidieron en que ambas coaliciones deben concentrar todos los esfuerzos para lograr candidaturas únicas en las alcaldías y en las gobernaciones regionales, es una señal más que clara del camino a seguir. 

A esto apunta también el reordenamiento de fuerzas políticas que naturalmente van dando forma al espacio de cambio. Un nosotros-ellos que, como explicamos anteriormente, responde menos a una repartición binominal del tablero y más al entramado complejo de identidades que conforman este nuevo Chile que la gente ha puesto en relieve.

Por eso se hace necesario desbordar al Frente Amplio para construir la cancha donde se jugará el partido del siglo XXI. No se trata de ir más a la izquierda o al centro político, es necesario entender que en esta cancha las fronteras las pone la ciudadanía, no los partidos políticos. La voluntad popular ha manifestado con claridad que el protagonismo lo debe tener la gente. La soberanía popular se expresara en esta nueva cancha, modificando todo lo que conocimos hasta el 18 de octubre del año pasado.

Tenemos una oportunidad histórica para que las fuerzas de cambio encabecen un proceso de unidad en el que las chilenas y chilenos sean los protagonistas y donde todos los esfuerzos estén enfocados en lograr las transformaciones que permitan hacer de Chile un país más justo y digno.

 

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