¿Por qué en Cuba no hay estallidos sociales?
A pesar de la intensa propaganda a la que cada año EU destina decenas de millones de dólares, los resultados son aplastantemente favorables a la dirección revolucionaria.
Iroel Sánchez. Granma. La Habana. 02/11/2020. Una amiga brasileña que, como periodista, estuvo unos días en Cuba, me comentaba su asombro acerca de cómo todos los cubanos con quienes habló saben quién es Bolsonaro, quién es Dilma y quién es Lula, lo que no le sucedía en otros países latinoamericanos que había visitado recientemente.
El excepcional interés con el que los cubanos siguen los acontecimientos internacionales es algo muy particular que suele pasar inadvertido para quienes vivimos en la Isla. Los estallidos sociales en Haití, Chile, Panamá y Ecuador, el conflicto de poderes en Perú, las interminables represiones y asesinatos de líderes sociales en Honduras y Colombia, la ingobernabilidad heredada que obligó al Gobierno de México a liberar a un narcotraficante, la prisión injusta sufrida por el líder de la izquierda brasileña para impedir su segura victoria electoral y las elecciones en Bolivia y Estados Unidos, o las agresiones constantes de Washington contra Venezuela, pueden ser temas de conversación en cualquier lugar de Cuba, desde una esquina donde se juega dominó a un aula universitaria.
Por supuesto, esas conversaciones no evaden las graves dificultades que atraviesa la economía cubana, contra la que cada semana se dan a conocer nuevas sanciones del Gobierno estadounidense, ni tampoco cualquiera de las deficiencias en los servicios con los que choca la ciudadanía, en los que el impacto del bloqueo económico se puede mezclar con la desidia burocrática y provocar molestias e insatisfacciones. Sin embargo, esa mezcla de guerra económica con insuficiencias internas no provoca estallidos sociales, y cuando el sistema -socialismo de Partido único- se ha sometido a la prueba de las urnas, como en el reciente referendo constitucional, a pesar de la intensa propaganda a la que cada año Estados Unidos destina decenas de millones de dólares y una bien financiada “Cuba Internet Task Force”, los resultados son aplastantemente favorables a la dirección revolucionaria que Washington lleva seis décadas tratando de derribar.
La explicación de la maquinaria mediática dominante es que la mezcla de la “intensa represión del régimen” y el “relajo cubano” impiden un estallido. Pero en la historia de Cuba -de la reconcentración de Weyler a la dictadura de Batista, pasando por la de Machado- ningún régimen basado en la represión logró permanecer por tiempo prolongado al frente del país, a pesar de un “relajo” en el que la corrupción era la dinámica de funcionamiento de la política y la economía a todos los niveles.
Por el contrario, si en vez de febrero de 2019, la consulta electoral se efectuara ahora, en medio de un bloqueo recrudecido, probablemente el por ciento de aprobación superaría el obtenido entonces, y eso sería fruto, sin duda, de la combinación de tres factores coyunturales y dos estructurales.
Coyunturales:
- El recrudecimiento de la agresividad del Gobierno estadounidense fortalece el sentimiento patriótico y la unidad nacional.
- Eficacia política del Gobierno cubano, explicando de modo convincente, la relación de las escaseces con el incremento de la agresión, y la forma en que la estrategia para enfrentar las sanciones estadounidenses busca aminorar su impacto en la vida cotidiana del pueblo.
- Situación internacional con visible fracaso de las políticas neoliberales y descrédito de las fórmulas de la democracia burguesa.
Estructurales:
- Cultura política masiva entre los cubanos, asentada durante 60 años por la pedagogía de Fidel Castro, acerca de la naturaleza del imperialismo y del proyecto de justicia social y soberanía nacional de la Revolución.
- Vínculo de la dirección revolucionaria con el pueblo, continuado por el liderazgo de Raúl y sostenido por Díaz-Canel, lo que ha reforzado la percepción de que el Gobierno escucha al pueblo y trabaja para él.
Ningún país latinoamericano, de los que ahora mismo reprimen con disparos y gases la protesta social y/o viola abiertamente las reglas de la democracia formal que ellos mismos defienden, ha sido sometido a la guerra económica, al financiamiento multimillonario para crear una oposición artificial y, mucho menos, al linchamiento mediático y académico global permanente hacia sus líderes y su proyecto político y social.
Pero a pesar de todo eso, hay que reconocer que hay gente insatisfecha en Cuba, y muchos de esos insatisfechos se van a Miami. La acumulación de casi seis décadas de privilegios migratorios, junto al desarrollo de capacidades educativas y el estado de salud propiciados por el socialismo cubano, les hacen muy competitivos con respecto al resto de las comunidades no nativas, pero no los convierten en más libres: Más de un millón de cubanos en EE.UU. sufren graves limitaciones para relacionarse con sus familias en Cuba gracias a las medidas de Trump, sin embargo, no hay noticias de que eso provoque protestas significativas allí. Tampoco leemos en ninguna parte que esa ausencia pública de desacuerdo se atribuya a la corrupción y las prácticas represivas, nada democráticas, que la clase dominante en la Isla hasta 1959 parece haber implantado en Miami durante su ya larga permanencia en esa ciudad, sin desdeñar el ejemplo edificante que le ha ofrecido un sistema que hoy pone a competir, en corrupciones e insultos, a Donald Trump y Joe Biden.