ANÁLISIS. A un año del 18/O. Discursos y cambio político en disputa
Distinguimos, desde el discurso y la práctica política, distintas matrices discursivas que dan cuenta de la relación entre orden institucional y transformaciones sociales estructurales.
Claudio Rodríguez Díaz. Secretario Ejecutivo ICAL. 30/10/2020. Desigualdad y abuso de la elite son dos de los componentes centrales que permiten comprender lo sucedido el 18 de octubre de 2019. La frase acuñada por el movimiento “No son 30 pesos son 30 años” da cuenta de forma clara de los motivos que llevaron al Estallido Social que, luego de tres décadas de acumulación, generaba un movimiento telúrico que terminaba por fracturar la relación de la ciudadanía con la institucionalidad.
Esta ruptura desafía a los actores del sistema político, cuestionados en el marco de la fractura señalada, a tomar una posición respecto a las urgencias de transformación planteadas desde el movimiento social. La posibilidad de construir una Nueva Constitución, confirmada el reciente 25 de octubre con el contundente triunfo del Apruebo, permite pensar un horizonte de cambio al modelo neoliberal impuesto en dictadura.
Así, a un año del hito más relevante en la historia del Chile contemporáneo, el proceso constituyente que con él se abría conlleva una deliberación respecto al devenir de la Revuelta Social y los espacios de transformación que se abren. En este contexto, existe un desafío de enorme envergadura para la oposición, de forma que la profunda dispersión existente no abra espacio a la derecha y a los grupos económicos hegemónicos para imponer un gatopardismo que finalmente coopte la posibilidad de superación del neoliberalismo. Desde esta perspectiva, vemos distintos discursos, que generan marcos comprensivos y de acción política que inciden en la mirada y posibilidades de acuerdos políticos, y que ponen en entredicho el cambio demandado.
Una primera matriz discursiva es la de la seguridad nacional. La declaración de guerra a un “enemigo poderoso, violento e implacable” señalada por el propio Presidente Piñera, da cuenta de un diagnóstico que encuentra sentido en parte de la ciudadanía y se traduce en temor ante posibles cambios. Este discurso, que en su expresión más extrema deviene en justificación o negación de las violaciones a los derechos humanos y de la represión, logra eco en algunos sectores de la oposición, que terminan por tomar medidas funcionales a la cooptación del derecho a la protesta, promoviendo la estrategia de criminalización de la movilización social. Quizá el ejemplo más claro fue la aprobación de las leyes de seguridad realizadas por el Congreso Nacional, con amplio apoyo de distintos partidos de oposición. En este escenario y espacio discursivo, los sectores conservadores logran imponer su agenda, interpelando permanentemente a sectores de la oposición a definirse como “anti violentistas”, tildando a distintos sectores de “antidemocráticos», acrecentando las divergencias en la oposición. Para ello, hacen uso de una supuesta legitimidad democrática, cuando paradojalmente se trata en buena medida de sectores golpistas, que abusaron o fueron cómplices de la violación de los derechos humanos y que lograron titularse como actores democráticos en el período de la transición a la democracia.
Un segundo discurso, enarbolado mayormente por sectores que se reconocen como de centro izquierda, busca lograr transformaciones políticas y de modelo de desarrollo desde un discurso que pone énfasis en el cuidado de las instituciones y la calidad de la democracia, valorando los avances democráticos de los últimos 30 años. Su deja vu es que su apego a dicha institucionalidad termine por limitar sus propios impulsos transformadores, en una frágil ecuación que pone en entredicho la posibilidad de cambios y el propio sentido y profundidad del proceso constituyente, no siendo capaz de cuestionar la herencia de una democracia de baja intensidad, que se construyó con múltiples restricciones y, finalmente, no logró incluir las demandas sociales ni cambiar el modelo dictatorial. Ello está dado también por una mirada más apegada a un sentido de la responsabilidad política y el respeto a la institucionalidad, que tiene un fuerte arraigo en cómo se administró el modelo en estos 30 años, en búsqueda de permanentes consensos con quienes lo impusieron y hoy lo buscan perpetuar. Romper o distanciarse de esta lógica consensual y restauradora posibilitará cambios de fondo que den respuesta efectiva a la demanda social desde posiciones transformadoras. La resolución de esta tensión dentro de este sector político será clave para la posibilidad de construir una sociedad pos neoliberal.
Una tercera matriz discursiva da cuenta de sectores que visualizan el movimiento social y su devenir como expresión o motor de los cambios en curso, lo que se refleja en la vuelta de lo popular y el Pueblo como actor político. Se reconoce y valora la acumulación de experiencias y prácticas políticas y organizativas que conforman el movimiento social que se ha expresado, así como múltiples experiencias de trabajo social, sindical, estudiantil, cultural y de educación popular, entre otras, con un fuerte sentido contracultural. Estas experiencias han acumulado un malestar social profundo, así como aprendizajes de acción colectiva que hoy se expresan con fuerza dando cuenta de mayores grados de politización de nuestro tejido social. Hay una fuerte desconfianza a la institucionalidad y a los partidos políticos y, si bien contienen un fuerte sentido antineoliberal y un potencial de transformación -como ha quedado plasmado en este proceso- carecen de una organicidad y articulación que facilite la construcción de horizontes comunes de transformación social. Junto a ello, creemos, está el riesgo de idealizar el potencial de un sujeto colectivo multiforme, que también contiene en si las expresiones y tensiones del modelo que intenta transformar. Conforma, por tanto, un desafío mayor poder articular y canalizar la demanda social y las experiencias transformadoras en un marco que de una salida al neoliberalismo. No obstante, aquello que contiene un alto grado de complejidad social, cultural y política, encuentra y construye un escenario, como no se ha visto antes, para poder dar término al ciclo neoliberal en Chile. Articular dicha diversidad político cultural es el desafío desde las izquierdas anti neoliberales para poder proponer al país un nuevo modelo de desarrollo. Sin el movimiento social ello no será posible.
En síntesis, distinguimos, desde el discurso y la práctica política, distintas matrices discursivas que dan cuenta de la relación entre orden institucional y transformaciones sociales estructurales, que aparecen en forma de una profunda tensión política que, en su despliegue, ponen en disputa la orientación y profundidad de los cambios en curso en el proceso constituyente.
La interpelación política a nuestra sociedad y la posibilidad de dar salida a la demanda de cambios de fondo, manifestada desde hace un año en la Revuelta Social, probablemente se definirá entre quien logre conjugar un sentido de transformación que permita al pueblo visualizar y hacerse parte de un norte claro a las demandas sociales levantadas; a quien logre (re)presentar un camino de respuesta a la desigualdad y las brechas sociales y económicas que agudiza la Pandemia; también a quien pueda presentar una alternativa real, participativa y creíble de práctica y propuesta ético política que pueda posponer privilegios en función del bien común. Todas, consideraciones necesarias para construir una alternativa al neoliberalismo, tarea principal para la izquierda y las fuerzas progresistas.