Plebiscito: La masividad en una política de ruptura democrática
Este 60% de la ciudadanía representa una cumbre histórica de masividad popular, cuantitativamente solo comparable al apoyo a programas socialistas de gobierno en 1970.
Miguel Urrutia. Académico. Sociología y Escuela Popular Constituyente de la Universidad de Chile. Militante de Izquierda Libertaria. 24/10/2020. “El problema no es en modo alguno el de una alternativa entre el espontaneismo y el centralismo (…) de nada sirve reconocer de labios para afuera cierto derecho a la espontaneidad en una primera etapa, a condición de reclamar la centralización en una segunda (…) es evidente que una máquina revolucionaria no puede contentarse con luchas locales y puntuales (…) El problema se refiere, pues, a la naturaleza de la unificación que debe operar transversalmente, a través de una multiplicidad…”
Gilles Deleuze, Prefacio a “Psicoanálisis y transversalidad”
- Ruptura democrática. El 18-O y otras afirmaciones estratégicas de la masividad
Parte del neoliberalismo ha consistido en acostumbrarnos a análisis supuestamente políticos, pero que eluden la política a toda costa, enfocándose en jugadas palaciegas o dilemas procedimentales, y poniendo así la cuestión del “orden deseado” antes que las correlaciones de fuerza que lo producen realmente. En esta materia la tesis de ruptura democrática desarrollada por el proyecto político libertario chileno sostiene que los cambios más relevantes en las mencionadas correlaciones de fuerza han sido resultado del aumento en la masividad de las luchas sociales. El proyecto libertario ha querido así llevar el análisis más allá de una contradicción supuestamente objetiva entre neoliberalismo y democracia. La originalidad de la versión libertaria de la ruptura democrática se ubica precisamente en la identificación de la masividad como una palanca que es, tanto objetiva, como subjetiva (una subyacencia más que un tradicional sujeto autoconsciente).
La masividad no es la expresión plana y homogénea de una contradicción fundamental en un periodo determinado, sino una experiencia de lucha directa, en sí misma estratégica y popular. Así, por ejemplo, la masividad del 18-O no se corresponde meramente con una escala de malestar frente al llamado “modelo” neoliberal, sino que incluye elementos de afirmación política, o sea, forma parte de una apuesta por provocar un cambio favorable en las correlaciones de fuerza. De hecho, el neoliberalismo dictatorial y postdictatorial no pudo evacuar sino de forma lenta y parcial la propiedad colectivo-estatal del cobre, como tampoco recomponer la forma de propiedad latifundista; ambas cuestiones derivaban de procesos políticos con afirmación popular efectiva en el periodo 1964-1973. Los efectos duraderos de estos procesos políticos contribuyen a explicar que franjas importantes del pueblo chileno hayan conseguido salir esforzadamente de la pobreza, una vez terminada la dictadura.
En la misma línea afirmativa, cabe recordar que, en los ochenta, la acción de las masas populares había destrabado una situación donde la dictadura pretendía cosechar de su mano el paraíso que había diseñado para el capital transnacional, pero donde dicho capital no se arriesgaba a invertir en una sociedad crecientemente subversiva. Los grupos económicos formados en pleno periodo nacional popular se habían acerado políticamente en el golpismo y habían diversificado sus “industrias” durante la dictadura, de modo que su corazón rebozaba pinochetismo, pero el cálculo de sus negocios apuntaba hacia la oferta de gobernabilidad proferida por la vieja casta de políticos, tan sagaces, como arrepentidos de su pasado. Tres intensos años de masivas protestas populares (1983-1986) lograron zanjar esta situación, dejando sentada la decisión de las elites chilenas y norteamericanas para que el plebiscito del 88 no fuese amañado de forma grosera (por eso algunos celebramos en tiempo previo -y con moderación acorde al logro- el finiquito que la burguesía chilena y el Departamento de Estado le habían así extendido a Pinochet).
- Previsión de clase más que mero malestar
A comienzos de los noventa gigantescas concentraciones de capitales con bajas tasas de ganancia se habían liberado de las constricciones marcadas por la guerra fría y preparaban su mudanza a zonas con débil o nula protección del trabajo y de los recursos naturales. Muchos de los que hoy adhieren a la panoplia de una alegría que nunca llegó, saben perfectamente que no prometieron nada distinto a lo que el mencionado cuadro aseguraba: un chorreo -en principio abundante- resultado de una enorme concentración de riqueza en un puñado de familias (una “modernización capitalista” esencialmente admirable y moralmente corregible, según todavía propagandizan algunos fantoches del liberal-progresismo). El malestar social del que comenzó a escribirse en aquellos años, no se configuró como escándalo moral ni como envidia frente la concentración de la riqueza, sino como una previsión sensible (no discursiva) de que los términos estructurales de aquel chorreo se debilitarían al cabo de una década y, después de eso, solo se sostendrían por una segunda década a costa de una profundización obscena (Lagos y Bachelet 1) con enormes costos de salida (advenimiento de la derecha al gobierno).
Un poco de espaldas a la previsión sensible arriba mencionada, los teóricos del malestar subjetivo insinuaron profusamente un naufragio final de la clase trabajadora chilena en las olas del consumo y la reestructuración económica, pese a que, desde la reconversión de los mineros del carbón en obreros forestales y otros oficios, hubo indicios claros de una conciencia de clase opuesta al neoliberalismo, coincidente en tiempo y forma con una conciencia etno-nacional respecto del agresivo devenir agroindustrial y forestal en los antiguos ecosistemas rurales.
La consciencia de clase opuesta al neoliberalismo incluyó por cierto participar del chorreo mediante un trabajo duro y redoblado, con salarios hiperflexibles inflados por el crédito y la importación de manufacturas a precios subvencionados por la desgracia de otras clases trabajadoras. Precisamente porque acá no se trata de sublimar esa consciencia real de clase trabajadora y subalterna, es que no la indexamos linealmente a la política, pero tampoco la reducimos a un malestar impreciso y sin ninguna voluntad de cambiar las correlaciones de fuerza. Al iniciarse el actual milenio no fue un mero malestar lo que subyació a la elección popular de un presidente y una presidenta militantes del mismo partido de Salvador Allende.
- Los cerrojos institucionales ante la acción directa de masas
Sin esa conciencia de clase trabajadora y subalterna tampoco se habrían desarrollado las fuerzas que reconstruyeron tejidos sociales destruidos por la mercantilización de la vida. Esta última es una dimensión molecular de la disputa política hasta hoy muy poco reconocida, tal vez porque se la asocia al éxodo institucional y electoral que ha permitido a una de las derechas más duras del mundo, acceder a dos mandatos presidenciales en la última década. No obstante, este hiato entre la dimensión molecular de la política y la masividad como clave para alterar la correlación de fuerzas en favor de las clases populares, es el espacio en que se formó la tesis libertaria de ruptura democrática.
Lo que el proyecto político libertario descubrió en las sucesos del año 2011, no fueron únicamente las limitaciones impuestas por los llamados cerrojos institucionales (la Constitución y su tribunal, las leyes orgánicas, el Código Laboral), sino la relativa sensibilidad de estos cerrojos a la acción directa de las masas populares. De allí se dedujo la posibilidad de librar disputas institucionales orientadas a la masificación de las luchas. Entonces, como estrategia de periodo, la ruptura democrática no trabaja primordialmente sobre una contradicción objetiva, ni menos sobre una meta-articulación discursiva (a lo Mouffe-Laclau), sino que trabaja contingentemente en el ensamblaje variable de los planos institucional y molecular de la política.
Si cabe, el objetivo de la estrategia libertaria de ruptura democrática no se sitúa en ninguno de los dos planos arriba mencionados, sino en aportar a la consistencia política de las masas populares movilizadas, revirtiendo de paso el alcance degradado de esta palabra. Lejos de implicar uniformidad, las masas son consistentes políticamente cuando aumentan sus opciones de producir acontecimiento y singularidad histórica, y no cuando solo articulan una diversidad de demandas derivadas del funcionamiento sistémico.
- El 18-O y una cota de masividad en torno al 60%
Basados en un análisis sencillo de sus antecedentes históricos (parcialmente presentado acá), podemos afirmar que el 18-O articuló un cota de masividad y consistencia política. Estimamos que alrededor de un 60% de la ciudadanía chilena (no de la población) se ha convencido que la producción concentradora de riqueza ha agotado irreversiblemente sus posibilidades de destinar excedentes económicos a las funciones vulgarmente conocidas como “chorreo”. Suplementariamente, estimamos que este sector mayoritario de la ciudadanía apoya, a lo menos electoralmente, cambios en el nivel de la estructura productiva que aumenten la disponibilidad social de la riqueza. También estimamos que una parte importante de esta masividad ciudadana emergida del 18-O tiene clara conciencia (evidentemente en sus propios términos) que desconcentrar la riqueza afecta los stock de capitales disponibles para la inversión económica nacional, de allí que todo este sector propugne un fortalecimiento del ámbito público, tanto en su acepción estatal, como comunitaria.
Este 60% de la ciudadanía representa una cumbre histórica de masividad popular, cuantitativamente solo comparable al apoyo que la ciudadanía brindó a los dos programas socialistas de gobierno presentados en 1970. Que el 2019 algunos sectores de izquierda reemplazaran la potencia de esta cumbre por el conocido acuerdo del 15 de noviembre, nos confronta con los déficit de un análisis político preocupado del orden pretendidamente justo, antes que de producir nuevas correlaciones de fuerza favorables a la justicia.
Es bien probable que en el plebiscito de este domingo las opciones Apruebo y Convención Constitucional sobrepasen el 60%, pero como ha planteado el abogado Óscar Menares, con mayor razón se impondrá entonces la necesidad “de una interpretación política que (…) desentrañe la relación entre el poder constituido y el poder constituyente” (https://bit.ly/344eVl9). El horizonte de ruptura democrática exige entonces trabajar para que las mayorías labradas en la historia concreta se impongan a la cifra bestial del pinochetismo.