ANÁLISIS. ¿Neoliberalismo versus democracia?

En la actualidad, nuestro principal desafío es destrabar el sistema político burgués, avanzando hacia la recomposición orgánica del campo popular para luego enfrentar al capital.

Ignacio Libretti. 19/10/2020. En el marco del XXVI Congreso del Partido Comunista de Chile, uno de los debates más candentes ha sido el relativo a la definición de la contradicción principal del periodo. Según el documento de convocatoria al evento, el Partido ratifica que, actualmente, dicha contradicción es neoliberalismo versus democracia, entendiendo que el primero obstruye el desarrollo de la segunda al supeditar el sistema político a los intereses de una minoría privilegiada. Por tanto, dicho enunciado muestra la fisonomía particular que reviste la contradicción Capital-Trabajo en nuestros días.

Ante dicha formulación, surge la siguiente pregunta: ¿es que acaso en Chile no existe democracia? Teniendo en cuenta el sinnúmero de elecciones populares en ciernes, desde los balotajes gremiales hasta el plebiscito para una Nueva Constitución, todo indica que sí. Pero la nuestra, como toda democracia, es una democracia de clase: hecha a la medida de los intereses económicos de un determinado grupo minoritario de propietarios, en desmedro de las amplias masas populares. En consecuencia, hay democracia, pero no para los trabajadores y pueblos desprovistos de riquezas, cuyos intereses son -al menos, en principio- diferentes a los intereses de los dueños del país.

Visto así, plantear que la contradicción del periodo es neoliberalismo versus democracia parece insuficiente, pues, en rigor, ya existe democracia. Por tanto, insistir en dicha formulación resulta improcedente. De ahí la necesidad de interrogar la definición antes señalada para situarla mejor, pues de ella dependerá la elaboración estratégica del periodo y las tácticas para llevarla a cabo.

La salida izquierdista al dilema sobre la contradicción del periodo en los términos del Partido es abandonar por completo el problema de la democracia y hablar, sin tapujos, de socialismo. No obstante, siendo estrictos, hablar de socialismo -al menos, en los términos del marxismo- es sinónimo de plantear abiertamente el problema del poder para los trabajadores; poder correlativo a la expropiación de los medios de producción y la transformación revolucionaria del Estado. Pero seamos sinceros: ¿es adecuado plantearlo así considerando que, actualmente, el principal desafío del momento es la recomposición orgánica del campo popular y no la ofensiva proletaria? A nuestro entender, hacerlo es, como se dice vulgarmente, “pasar gato por liebre”. Aunque la historia es un proceso, confundir las fases de lucha de cada periodo es también confundir los medios de combate, olvidando el cumplimiento de las tareas más urgentes por atender ideales todavía irrealizables. O sea, confundir el deseo con la realidad.

La salida derechista al dilema en cuestión es reafirmar la definición de la contradicción del periodo a través de un adjetivo. Por ejemplo, neoliberalismo versus democracia real. Sin embargo, hacerlo implica confiar en la existencia de una democracia en sí, olvidando que toda democracia, por principio, obedece a los intereses de la clase social que ostenta el poder político de Estado, la cual define a qué sectores de la población beneficiará y a quienes reprimirá. Por tanto, la democracia siempre representa intereses materiales concretos, los cuales determinan su fisonomía política.

A nuestro juicio, para precisarse y determinar su contenido efectivo, la contradicción entre neoliberalismo versus democracia debe plantearse como neoliberalismo versus democratización, puesto que, en rigor, el neoliberalismo coaptó la democracia, impidiendo su profundización mediante enclaves represivos que obstaculizan y disuaden la participación popular. Por tanto, en la actualidad, nuestro principal desafío es destrabar el sistema político burgués sin cambiar su carácter de clase, avanzando hacia la recomposición orgánica del campo popular para luego enfrentar al capital. En consecuencia, hoy por hoy, de lo que se trata es de impulsar el proceso democratizador abierto en Chile desde la caída de la dictadura militar, ampliando la oferta de derechos laborales y sociales proclives a la movilización popular. Al respecto, el proceso constituyente juega un papel estratégico, pues le imprime un carácter nacional al debate político acerca del Chile que queremos.

Ligando abiertamente el problema de la democracia al de la democratización, sin tergiversar el socialismo ni involucrando adjetivos, tendremos las claridades suficientes para sortear todo tipo de principismos, avanzando hacia nuevas fases en la lucha de clases sin perder el horizonte comunista.