Anomia y revolución

La gente empieza a percibir con nitidez la brecha cada vez más grande que hay entre cómo le habían enseñado que funcionaba el mundo y su realidad diaria.

Sol Sánchez Maroto. Madrid. “Mundo Obrero” (*). Si buscamos el significado de anomia en el diccionario de la RAE, las primeras tres entradas que encontramos son:

1/Ausencia de Ley

2/Conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación y

3/ Trastorno del lenguaje que impide llamar a las cosas por su nombre.

El concepto de anomia en ciencias sociales fue utilizado por E. Durkheim, uno de los padres de la sociología, para dar cuenta de las situaciones en que la sociedad falla a la hora de establecer un marco estable e integrador para las personas que las componen. En uno de sus más importantes obras, “El suicidio”, Durkheim analizaba la incidencia del suicidio en diferentes grupos sociales y sociedades no desde la perspectiva de una decisión individual, sino como un “hecho social”. Llega a la conclusión de que las diferentes tasas de suicidios en unas sociedades y otras no son fruto de la suma de temperamentos personales, más bien al contrario son la prolongación de un estado de la sociedad en la que se encuentran que en ellas se manifiestan.

El miedo, la angustia y el malestar social que nos producen a todos y todas ya no solo las injusticias manifiestas de las sociedades en las que vivimos, sino también la progresiva destrucción de las normas y valores, mejores o peores, que decían regirlas, son precisamente síntomas de que estamos en una sociedad anómica. Porque la ausencia de herramientas, de posibilidades mínimamente reales para cada vez más amplias capas de la sociedad de cumplir lo que Durkheim hubiera llamado “fines culturales” (es decir, cosas tan sencillas como tener un proyecto de vida, poder sostener tu propia familia, establecerse en una residencia de forma mínimamente permanente…) producen una dosis extra de alienación y frustración tanto individual como colectiva. La certeza de que los habituales mecanismos que conocíamos son incapaces -aquí y ahora- de hacer que las cosas funcionen mínimamente se expande, y la gente empieza a percibir con nitidez que entre cómo le habían enseñado que funcionaba el mundo, y su realidad diaria, se abre una brecha cada vez más grande. Cada vez que hay cambios y ajustes en el sistema económico y social la anomia entra con mayor o menor fuerza dependiendo de lo evidente de los primeros, y con ella el sufrimiento de muchos pero también algunas posibilidades de cambio.

El también sociólogo R. K. Merton, un funcionalista, estructuralista, con quien coincido en nada o en muy poco, añadió tiempo después de Durkheim, tras un análisis que no comparto, unas conclusiones que sin embargo considero muy útiles: que la anomia, y la imposibilidad de alcanzar los fines sociales, pueden provocar diferentes respuestas, entre ellas la innovación, la retirada, el conformismo, y mi favorita, la rebelión, que implica no reconocer ni las metas ni las herramientas para conseguirlas que hasta ese momento la sociedad ha dado por buenas y correctas, y desarrollar un nuevo sistema de metas y valores y de medios para obtenerlos.

Esto obviamente no tiene por qué significar que esas nuevas metas y valores sean más justos y solidarios que los anteriores, depende de la sociedad misma, de cuáles son los grupos sociales, las ideas y las visiones del mundo que abanderan esa rebelión. Pero sin duda es una moneda con la cruz de la amenaza y la cara de la oportunidad.

Un momento como este puede parir nuevos Trumps, pero también puede ser un momento revolucionario. Siempre me ha llamado la atención, por lo evidente, cómo todas las revoluciones tienen connotaciones positivas, menos las sociales: revolución industrial, revolución científica, revolución tecnológica… Pero es eso precisamente lo que se necesita, una reinvención radical, que pueda ser compartida por amplios sectores de nuestra sociedad, de los objetivos y los medios. No puede ser tan difícil en un momento en el que ha quedado demostrado que ni con una pandemia el actual sistema es capaz de priorizar la vida sobre la acumulación de beneficios, porque si no somos capaces de hacerlo nosotros serán otros quienes lo hagan, y lo harán desde el miedo, la frustración y la desesperanza que siempre han sido un caldo de cultivo perfecto para el fascismo. Así que es hora de acelerar nuestra capacidad para imaginar, construir y crear.

(*)Medio colaborativo con El Siglo.